domingo, 27 de octubre de 2013

LA CRISIS DEL SIGLO XVII


LA CRISIS DEL SIGLO XVII

En el siglo XVII, Europa atravesó un período de crisis, cuyos rasgos principales fueron el descenso demográfico y la crisis económica. El impacto de la crisis fue fundamentalmente importante en los países mediterráneos.

Distintos aspectos de la crisis

A fines del siglo XV y durante el siglo XVI, Europa vivió un proceso de expansión. Los viajes ultramarinos, el incremento del comercio entre los continentes y los nuevos inventos que mejoraron la primitiva producción industrial fueron evidentes signos de crecimiento, al que, sin embargo, le siguió casi un siglo de estancamiento.
Diversos rasgos caracterizaron esta crisis. Uno de ellos fue el demográfico. Desde fines de la Edad Media, el crecimiento de la población europea había sido continuo. Sin embargo, en el siglo XVII este crecimiento se detuvo e, incluso, retrocedió en algunas zonas de Europa. Esto se debió, fundamentalmente, al hambre, a la peste y a la guerra. La agricultura, que era la principal actividad económica europea, no desarrolló nuevas técnicas para aumentar la producción. Como había que dar de comer a nuevas bocas, todo lo que se producía se consumía. Así, una serie de malas cosechas no sólo provocó hambre en un amplio sector de la población, sino también una disminución de matrimonios y, en consecuencia, de nacimientos. La sociedad mal alimentada sufría fácilmente de enfermedades y epidemias. El flagelo de la peste, aparentemente superado en el siglo XV, reapareció con virulencia[1] en el siglo XVII, sumándose otras enfermedades mortales, como el cólera y el tifus. También hubo un aumento de la mortalidad infantil (la mitad de los niños moría antes del primer año). Las continuas guerras que sacudieron el siglo tampoco fueron ajenas al retroceso demográfico, tanto por las consecuencias directas (muertes) como por las indirectas (destrucción de cosechas, aumento de cargas fiscales, etc.) que provocaron. Por ejemplo, durante la guerra de los Treinta Años, algunas regiones perdieron hasta un setenta por ciento de su población.
Otro aspecto importante de la crisis fue el económico. En este siglo se produjo un retroceso general del comercio, sobre todo, en la zona del Mediterráneo y en el Báltico. Durante el siglo XVI, los precios de los alimentos aumentaron considerablemente a causa de una mayor demanda, favorecida por la abundancia de metales preciosos. En cambio, durante el siglo XVII, los precios oscilaron permanentemente, perjudicando a amplios sectores de la población. A pesar de la penosa situación económica, algunos sectores lograron prosperar. Los grupos burgueses continuaron, en su gran mayoría, acrecentando su importancia en relación con las otras capas sociales.

La crisis en los diferentes países europeos

El impacto de esta crisis no fue igual en todas las zonas. El Mediterráneo dejó de ser el centro del desarrollo económico y político y la península Ibérica e Italia comenzaron un período de decadencia.
Francia vivió una situación intermedia frente a la crisis europea y, aunque políticamente adquirió gran influencia, económicamente quedó rezagada respecto de Inglaterra. En el caso de los Países Bajos, Suecia e Inglaterra, los efectos de la crisis fueron menos significativos. 
Si bien es  cierto que durante los siglos anteriores el comercio y la industria habían alcanzado cierto desarrollo, Europa siguió siendo fundamentalmente agraria. La inmensa mayoría de la población vivía aislada en el campo, consumiendo lo que se producía en el. Por el contrario, las clases acaudaladas adquirían bienes de carácter suntuario. De esta forma, el dinero disponible no era invertido en la producción, sino en préstamos a las monarquías absolutas, en el comercio de productos de lujo, en las construcciones suntuosas, etc.
El ejemplo más evidente de este comportamiento fue Italia. Allí se habían invertido capitales en el desarrollo de las primeras industrias textiles. Pero, durante el siglo XVI, estas industrias se dedicaron a proveer a las cortes de productos de lujo. Los comerciantes beneficiados con estas transacciones invirtieron sus ganancias en la compra de propiedades agrarias y en el préstamo de dinero a los reyes y a los grandes nobles en lugar de mejorar la industria. Se inició, así, la decadencia económica de Italia.
En Inglaterra, en cambio, se produjo un proceso inverso. Allí, el desarrollo de la agricultura y de una incipiente producción industrial favorecieron la expansión del comercio ultramarino del país.


Bibliografía

-          BAGNOLI, Q., PAZ G. y otros, HISTORIA 2, Santillana, Buenos Aires, 1996

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