domingo, 27 de octubre de 2013

EL ESTADO ABSOLUTISTA



EL ESTADO ABSOLUTISTA

En el siglo XVII, el absolutismo triunfa en casi toda Europa. El sistema absolutista puede considerarse la culminación del proceso de centralización del poder en manos del rey, iniciado con los estados modernos del Renacimiento.
El centralismo

 Durante la mayor parte de la Edad Media, el poder de los reyes era débil frente al de  los demás señores feudales. Estos últimos ejercían en su señorío el poder político y económico: cobraban impuestos e impartían justicia.
A fines de la edad media, el poder de los nobles disminuyó notablemente. El agotamiento de las tierras, las hambrunas, las pestes, y los levantamientos campesinos fueron algunas de las causas de la decadencia. Esta circunstancia fue aprovechada por los monarcas para iniciar un proceso de fortalecimiento del poder real. Este proceso alcanzó su culminación en el siglo XVII cuando se establecieron las monarquías absolutas, en varios países de Europa.
La característica fundamental del estado absolutista fue la instauración de la monarquía centralizada. El poder político, que anteriormente se ejercía en el feudo, pasó a ser ejercido por la corona. Esta nueva forma de gobierno se basó en la teoría de que el soberano recibía suponer de Dios para, a su vez, gobernar al pueblo. También hubo un retorno a los principios del derecho público romano, fundamentalmente en lo referente al derecho absoluto de los gobernantes. El rey era la fuente suprema de todo poder y de todas las leyes y su decisión era considerada “la ley”,
El monarquía que llevó al extremo esta concepción del absolutismo fue Luis XIV de Francia, cuya frase célebre fue “el Estado soy yo”.
El rey era el jefe del estado absolutista y ejercía en forma personal el poder. Era el máximo responsable del bienestar de su reino y de sus habitantes, los súbditos. Para ello debió contar con un ejército que le permitiera derrotar militarmente a los nobles rebeldes, a los campesinos sublevados y a las tropas de los estados enemigos. El estado absolutista ejercía un control sobre la burocracia, necesaria para la administración del reino, la diplomacia, las finanzas y el cobro de los impuestos. También se preocupó por el desarrollo del comercio.
A medida que las rentas feudales comenzaron a ser percibidas por el monarca, los nobles debieron depender de la distribución que la corona hacía de aquellas. De esta forma la clase noble, debilitada, quedó sometida al poder real. Para reforzar el control de la administración, el rey se valió de un nuevo tipo de funcionarios: los intendentes, en Francia y los corregidores, en España. En algunos países se produjo la venta de cargos públicos y títulos nobiliarios, que fueron adquiridos por la burguesía. Estos beneficios otorgados por el rey respondían a una cuestión económica, pues los burgueses, muchas veces, prestaban plata y financiaban los gastos de la monarquía. Sin embargo, más allá del aparente beneficio de la burguesía, los monarcas mantuvieron a los nobles en lo alto de la jerarquía social. Por lo tanto, el absolutista fue el último intento de la clase feudal por dirigir la sociedad.

El este europeo
En el este de Europa, desde fines de la Edad Media, se llevó a cabo un proceso de acentuación del sistema feudal, llamado “refeudalizacióbn o segunda servidumbre”.  El poder de los burgueses decayó y creció el poder de los señores feudales, que sometieron a los campesinos a pesadas cargas de trabajo.
Sin embargo, también en esta parte de Europa comenzaron a organizarse estados absolutistas. Peor a diferencia de lo que ocurría en el oeste europeo, allí el absolutismo se originó como reacción frete a  la amenaza militar de los reinos occidentales.
Por otra parte, los países del este de Europa actuaron como proveedores de materias primas del oeste. Esta situación generó una dependencia económica del este europeo respecto del oeste. Ante el peligro de quedar sometidos a la influencia de los países occidentales, los nobles fortalecieron sus estados con ejércitos permanentes.

Bibliografía

-          BAGNOLI, Q., PAZ G. y otros, HISTORIA 2, Santillana, Buenos Aires, 1996


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