sábado, 29 de junio de 2013

La Guerra de Sucesión Española, 1701-1713

La Guerra de Sucesión Española fue un conflicto dinástico español que se inició tras la muerte sin descendencia del rey Carlos II de España. El trono de España correspondía a Felipe V de Borbón, nieto del rey francés Luís XIV, pero el miedo de muchas potencias europeas a una unión dinastica entre Francia y España generó que apoyaran al archiduque Carlos de Austria en sus pretensiones al trono español. El conflicto dinástico se convirtió en una feroz guerra internacional que decidiría para siempre los destinos de toda Europa. Este conflicto marcó el punto final para España como potencia hegemónica en Europa, convirtiéndose a partir de entonces en una potencia de segunda fila. El conflicto sucesorio se convirtió además en una verdadera Guerra Civil entre la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, que se saldó con la perdida de los históricos fueros aragoneses y catalanes.

Felipe V
Carlos II
El rey Carlos II de Habsburgo, apodado “El Hechizado”, siempre ha sido maltratado por la Historiografía. Los historiadores se limitaban a leer y repetir las fuentes de la época sin analizar científicamente y con rigor su figura, por ello la imagen de rey poco inteligente, estéril y enfermizo es la que aún predomina en nuestros días. Es cierto que Carlos II era estéril y sufría de muy mala salud, pero era un buen rey que mediante su válido (primer ministro), el duque de Medinaceli, quería emprender las reformas que tanto necesitaba la decadente España de la época. Desde la época del rey Felipe III el Imperio Español había alcanzado tal grado de desarrollo que los reyes necesitaban contar con validos y secretarios que les ayudaran a administrar el complejo Estado, pero los bandos nobiliarios solían disputar sórdidamente entre ellos por ocupar el cargo de valido del rey, lo que generaba una alta inestabilidad política. Las reformas políticas y económicas que pretendía llevar a cabo Carlos II no pudieron concretarse por la férrea oposición que encontró en los nobles y la Iglesia, los cuales temían perder sus vastos privilegios económicos y sociales.
La mala salud de Carlos II y su falta de herederos convirtieron su sucesión en el principal asunto político europeo. Las vastas propiedades que tenia España eran un ambiciado botín que se empezaron a disputar por un lado Luís XIV de Francia, cuya madre, Ana de Habsburgo, era hermana del rey Felipe IV y su esposa, Maria Teresa de Habsburgo, era hija de Felipe IV y por otro lado el emperador Leopoldo I hijo también de una hermana de Felipe IV y casado con Margarita de Habsburgo, hija también de Felipe IV. Al estar primeras en la línea sucesoria la madre y esposa de Luís XIV por ser hijas mayores, correspondía a éste la sucesión, pero en el “Tratado de los Pirineos” de 1659, en el que se acordó la boda entre Luís XIV y Maria Teresa, existía una cláusula mediante la que Luís XIV renunciaba al trono de España a cambio de una compensación de medio millón de escudos de oro. España jamás pago la compensación económica, por tanto, legalmente Luís mantenía el derecho al trono.
Inglaterra y Holanda veían como una amenaza para sus respectivos intereses económicos y territoriales la unión entre la Corona de España y la de Francia, ya que se sumaria la riqueza económica de las colonias americanas españolas al enorme poder militar de la Francia de la época. Ésta unión crearía una potencia que dominaría toda Europa.
Por su parte Francia tampoco quería que se renovara la unión entre España y Austria, ya que de nuevo quedaría cercada por sus extremos y amenazada de mantener futuras guerras en dos frentes.
El conflicto entre las posiciones de Inglaterra y Holanda por un lado y Francia por otro se resolvió mediante el Tratado de la Haya de 1698, denominado posteriormente “Primer Tratado de Partición”. Este tratado reconocía al nieto de Leopoldo I, e hijo de Maximiliano II de Baviera y Maria Antonia de Austria; José Fernando de Baviera como heredero de los reinos de España, Cerdeña, los Países Bajos españoles y las importantes colonias americanas, quedando el Milanesado para el Archiduque Carlos de Austria, hijo y heredero de Leopoldo I y las posesiones italianas de Nápoles, Sicilia y Toscana para Francia.
España se ofendió al enterarse de la existencia del Tratado de Partición de la Haya, ya que su opinión no había sido consultada, y por tanto lo rechazó totalmente. El rey Carlos II, para evitar que las potencias europeas dividieran el imperio territorial español, declaró a José Fernando de Baviera como su único heredero, legándole toda la herencia territorial en solitario y resolviendo sagazmente el problema.
Pero un año después, en 1699, el conflicto resurgirá al morir de viruela el príncipe José Fernando de Baviera. El rey Carlos II de España, gravemente enfermo, fue presionado por su esposa y la sección pro austriaca de la Corte para elegir como sucesor al archiduque Carlos de Austria. Asimismo, la Corona de Aragón apoyaba la opción de sucesión austriaca, ya que temía perder sus fueros en caso de que los franceses reformaran y centralizaran el Estado Español al estilo del Estado Francés.
Francia, Inglaterra y Holanda llegaron a un nuevo acuerdo y firmaron ese mismo año el “Segundo Tratado de Partición”, mediante el cual el Archiduque Carlos de Austria heredaría todas las posesiones españolas menos las italianas, que pasarían a Francia.
En 1700, Carlos II, enterado de éste nuevo acuerdo y viendo cercana su muerte por su mala salud, decidió una vez más adelantarse a sus adversarios y evitar la partición de los territorios españoles, nombrando como sucesor en su testamento a Felipe, Duque de Anjou, nieto de Luís XIX e hijo de Luís el Delfín, príncipe heredero de Francia.
Felipe de Anjou recibiría todas las posesiones españolas pero se debería comprometer a no unir las dos coronas, España y Francia, en una sola.
En España, la población de Castilla era mayoritariamente partidaria de la rama francesa, ya que estaban cansados de los reyes de la familia Habsburgo, los cuales habían dilapidado todo el oro y riquezas de las colonias castellanas en América, gastándolo en continuas guerras religiosas o territoriales que nada tenían que ver con Castilla. En la Península, el esfuerzo económico y militar siempre había recaído en Castilla, mientras que la Corona de Aragón y Cataluña se mantenía al margen de los gastos y costos militares, pese a que éstos servían para defender sus posesiones italianas. Cuando se quiso que los demás reinos peninsulares colaboraran igualmente en la defensa del Imperio, éstos se opusieron, traicionando a la monarquía y rebelándose en 1640. A raíz de estos sucesos Portugal obtuvo su independencia, pero el reino de Aragón y Cataluña continuó en manos de la monarquía española, apareciendo desde entonces un gran resentimiento hacia ellos entre la población castellana.
El reino de Aragón prefería en el trono de España a la Casa de Austria, pese a haberse rebelado Cataluña contra Felipe IV. El temor al centralismo francés hizo que los aragoneses y catalanes fueran partidarios del modelo austriaco de respeto a los fueros y privilegios de que gozaban los catalanes y aragoneses.
El 1 de noviembre de ese mismo año de 1700 moriría finalmente Carlos II, ultimo rey de la Casa de Austria. Cumpliendo con lo dispuesto en el testamento de Carlos II, Felipe, Duque de Anjou, será proclamado en 1701 como rey de España, bajo el nombre de Felipe V.
Casi todas las grandes potencias europeas aceptaron a Felipe V como rey de España, con la excepción obvia de Austria, que seguía defendiendo a su candidato. Luís XIV, temiendo un conflicto contra Austria y previa consulta a su nieto Felipe V, envió destacamentos de tropas francesas para que reforzaran las debilitadas posiciones españolas en los Países Bajos. Holanda asumió estos movimientos de tropas como una amenaza (Francia y Holanda habían estado en guerra entre 1672 y 1678) y junto a su aliada Inglaterra se alió con el emperador Leopoldo I para imponer por la fuerza en el trono español al archiduque Carlos de Austria.
En septiembre de 1701 se creó oficialmente en la Haya, la denominada “Gran Alianza”, un alianza militar formada por los reinos de Austria, Inglaterra, Holanda y Dinamarca. Esta alianza declaró al archiduque Carlos de Austria como legítimo heredero al trono español y en junio de 1702 se inició formalmente la guerra contra Francia y España, pese a que desde el año anterior habían ocurrido varias escaramuzas entre ambos bandos. Al año siguiente, en 1703 se unirán a la alianza los reinos de Portugal y Saboya, los cuales buscaban obtener ganancias territoriales en España e Italia.
El primer frente de las operaciones de ambos bandos será Italia, donde Felipe V conservaba varias posesiones españolas, entre ellas el valioso Ducado de Milán.
A finales de 1701, el príncipe Eugenio de Saboya, al mando de las tropas austriacas, iniciará las hostilidades, derrotando en las batallas de Carpi y de Chiari, a las tropas francesas que defendían el norte de Italia, destacándose como un gran militar. A comienzos de 1702 los triunfos austriacos en Italia proseguirán, pero Francia mandará a la zona a uno de sus mejores militares, el competente Duque de Vendome, el cual rechazará a los austriacos hacia el norte.
Al ver los primeros éxitos franceses, Maximiliano II, Elector de Baviera, decidió unirse a la causa de los Borbones, buscando debilitar al Imperio Austriaco y expandir sus dominios bavaros. La alianza con Baviera permitirá a Francia abrir un nuevo frente bélico en la zona de Alemania. Luís XIV ordenó a sus ejércitos cruzar el Rhin para reunirse en Suabia con las tropas de Maximiliano II, el Elector de Baviera y juntos derrotar a los imperiales de Leopoldo I de Austria. Cuando los franceses cruzaron el Rhin se encontraron con un ejército aliado dirigido por el margrave Luís Guillermo de Baden, el cual había salido a cortarles el paso a los franceses e impedir que se reunieran con los bavaros. Ambos ejércitos se enfrentaron el 14 de octubre de 1702 en la “Batalla de Friedlingen”, que aunque acabó en un empate táctico, sin que ningún bando pudiera derrotar al otro, estratégicamente impidió que los franceses cumplieran su objetivo y en consecuencia tuvieran que volver a cruzar el Rhin hacia Francia. El fracaso francés se compensó con la ocupación del ducado de Lorena y de la ciudad de Tréveris por parte del Mariscal Tallard.
Mientras los franceses defendían su trono, Felipe V había comenzado una amplia modernización de la flota y el ejército español, sustituyendo los gloriosos pero antiguos y obsoletos “Tercios” por el moderno modelo militar francés basado en brigadas, regimientos y batallones. El nuevo ejercito español seria adiestrado con una severa disciplina y equipando con nuevos uniformes, artillería moderna, mosquetes de llave de chipa o pedernal y la nueva arma surgida, la bayoneta, que reemplazaba a la pesada pica.
Pese a que el nuevo ejército aún no estaba del todo a punto, Felipe V desembarcó en Italia para participar en la guerra personalmente. Sus primeros pasos fueron en el reino de Sicilia, el cual pacificó y aseguró para su causa. Tras eso Felipe V avanzó hacia Milán, la llave del Norte de Italia, para reunirse allí con el Duque de Vendome y sus aliados franceses. El ejército franco-español, al mando de Vendome derrotó a los aliados dirigidos por el general Visconti en la “Batalla de Santa Vittoria”. Los aliados se reorganizaron y se enfrentaron de nuevo a los españoles en la “Batalla de Luzzara”, la cual terminó en un empate que causó enormes bajas en ambos bandos. En estas batallas Felipe V demostró ser un militar valiente, que no dudaba en arriesgar su vida en primera línea, un dinamismo que contrastaba enormemente con el patetismo y vagancia de los últimos reyes austrias (sobre todo Felipe III y Felipe IV) y que le hizo ganar mucho prestigio y afecto entre sus tropas. Tras su exitosa experiencia bélica y teniendo que atender asuntos de gobierno en la corte, Felipe V retornará a España en enero de 1703. Su campaña bélica, pese a no ser decisiva militarmente, le había granjeado el aprecio de los soldados y del pueblo español, algo que a la larga será su mayor apoyo para seguir siendo el rey de España.
Los avances franco-españoles en Italia fueron contrarrestados por los avances del brillante general inglés; John Churchill, duque de Marlborough, en los Paises Bajos Españoles (Bélgica). El duque de Marlborough, (que posteriormente se convertiría en el conocido Mambrú de la canción popular “Mambrú se fue a la guerra”…), era uno de los mejores comandantes aliados y por ello dirigía a las tropas británicas, alemanas y holandesas. Marlborough derrotó a los franceses del Mariscal Boufflers y a las exiguas guarniciones españolas, conquistando las ciudades de Raisenwertz, Vainloo, Rulemunda, Senenverth, Maseich y Lieja. Además tomó la fortaleza francesa de Landau en Alsacia.
Maximiliano II, el Elector de Baviera, contrarrestó los enormes éxitos aliados tomando las ciudades austriacas de Ulm y Memmingen.
El 23 de octubre de 1702 la Flota Española de Indias refugiada en la ría de Vigo y protegida por navíos franceses fue audazmente aniquilada por el brillante almirante británico George Rooke y su escuadra anglo-holandesa en la denominada “Batalla de Rande”.
En 1703 el rey Pedro II de Portugal, impresionado por el poderío militar aliado y buscando extender sus territorios a costa de España, se unió a la Gran Alianza. Gracias a la entrada de Portugal en la contienda, los aliados pudieron desembarcar fácilmente sus ejércitos en la Península Ibérica y el 4 de mayo de 1704, el Archiduque Carlos de Austria desembarcó en Lisboa dispuesto a reclamar su trono.
El Archiduque intentó invadir España desde la frontera entre Portugal y Extremadura, pero su ejército fue rechazado por el ejército español comandando por el competente Duque de Berwick. Viendo que el avance terrestre era difícil, la flota del almirante George Rooke, que llevaba embarcado al ejército aliado del Príncipe de Darmstadt, intentó desembarcar en Barcelona, pero tras fracasar se dirigió hacia el sur, tomando el enclave estratégico de Gibraltar, pobremente defendido por los españoles.
Mientras los aliados llevaban la guerra a la Península Ibérica, en el frente de los Paises Bajos y Alemania el duque de Marlborough continuó su avance y tomó las ciudades de Bonn y Huy. Tras sus victorias, Marlborough se movilizó para ayudar al Imperio Austriaco, desgastado por las continuas batallas que mantenía en sus varios frentes abiertos y amenazado por el exitoso avance del elector de Baviera.
Marlborough, en una maniobra de engaño desplazo su ejército hacia el Mosela, para amenazar a los franceses. Tras eso, Marlborough dejo su ejército y atravesó 400 km en cinco semanas para reunirse con las tropas alemanas de Luís Guillermo de Baden y enfrentarse a las tropas del Elector de Baviera. Marlborough quería forzar el cambio de bando o la salida de Baviera de la guerra, por ello buscó un enfrentamiento decisivo con los ejércitos franco-bavaros, un enfrentamiento que impresionara al Elector y le convenciera de que era mas provechoso para él cambiar de bando.
Marlborough se dirigió hacia la ciudad de Donauwörth, defendida por la fortaleza de Schellenberg, cuya toma aseguraría para sus ejércitos un paso sobre el rió Danubio y los vitales suministros que necesitaban para una larga campaña en Baviera.
En vez de asediar la fortaleza de Schellenberg, como todo el mundo pensaba, Marlborough, alertado por los espías de Eugenio de Saboya de que se aproximaba un ejército francés al mando del Duque de Tallard en auxilio de la fortaleza, decidió tomar ésta al asalto. Tras dos sangrientos asaltos de los granaderos ingleses y holandeses repelidos por las tropas del Conde d’Arco, italiano que estaba a cargo de la defensa de la fortaleza bavara, un ataque por sorpresa de las tropas de Luís Guillermo de Baden permitió a Marlborough tomar finalmente la fortaleza y la ciudad de Donauwörth el
2 de julio de 1704.
Su victoria en Schellenberg le costó tremendamente cara a Marlborough, quien perdió más de 5000 hombres de los 22.000 con los que contaba su ejército en los asaltos frontales contra el fuerte. Encontrándose en inferioridad numérica ante la llegada del ejercito francés de 35.000 hombres del Duque de Tallard. No obstante, la fortuna favoreció a Marlborough, ya que el Príncipe Eugenio de Saboya se dirigió con su ejército en su ayuda. Finalmente, tras unirse ambos ejércitos, el ejército aliado se enfrentó el 13 de agosto de 1704 con las fuerzas franco bavaras en la decisiva “Batalla de Blenheim”.
La batalla de Blenheim se saldó con una terrible derrota para los ejércitos de Luís XIV y sus aliados, los cuales tuvieron 40.000 bajas. Tras frenar la amenaza bavara Marlborough avanzó hacia el Mosela, tomando las ciudades de Trier y Trarbach.
La victoria de Blenheim subió enormemente la moral de los aliados en el frente de la península Ibérica, decidiéndose el Archiduque Carlos a viajar por mar hacia los territorios de la Corona de Aragón, los cuales eran secretamente sus partidarios.
Cataluña estaba resentida con los franceses desde que estos no apoyaron resueltamente su revuelta contra Felipe IV, pero sobre todo temían que el centralismo francés importado por Felipe V significara la perdida de sus fueros, en los que los catalanes y aragoneses se escudaban para negociar sus aportes económicos y tributarios al Rey. El 25 de agosto de 1705, con el beneplácito de la población, desembarcó en Barcelona el archiduque Carlos de Austria con un ejército de 20.000 hombres. El Archiduque, viendo las muestras de afecto de los catalanes, decidió establecer su capital en Barcelona e iniciar desde allí su conquista del resto de España. El 16 de noviembre de 1705, el Consejo de Aragón, en abierta traición, reconoció como rey al archiduque Carlos de Austria.
La nueva traición de Cataluña generó que Felipe V, a comienzos de 1706, tuviera que desplazar hacia la zona el ejército que defendía la frontera con Portugal. Felipe V consiguió sitiar Barcelona con su ejército, pero la llegada de una escuadra aliada a Barcelona y sobre todo la rotura del desguarnecido frente portugués le obligó a levantar el asedio de Barcelona y dirigirse rápidamente hacia Madrid.
Los aliados tomaron Ciudad Rodrigo y Salamanca, Felipe V temiendo ser derrotado trasladó su corte a Burgos y abandonó Madrid.
El Archiduque Carlos de Austria dejó Barcelona y entró con sus ejércitos en Madrid, donde esperaba ser proclamado rey, al igual que en Barcelona, pero la población madrileña era leal a su verdadero rey y le fue tremendamente hostil.
Mientras en España los borbones perdían terreno en España, Luís XIV decidió contraatacar en Holanda, pero el ejército francés fue derrotado en la “Batalla de Ramillies” por el duque de Marlborough, perdiendo los franceses 15.000 hombres. Tras su brillante victoria, Marlborough conquistó casi por completo los Países tomando las importantísimas ciudades de Bruselas, Brujas, Lovaina, Ostende, Gante y Malinas.
El año de 1706 se convirtió definitivamente en terrible para los Borbones al conquistar el Príncipe Eugenio de Saboya la ciudad de Milán y el reino de Nápoles.
Las constantes derrotas hicieron que Luís XIV pensara en firmar la paz, pero Felipe V no estuvo de acuerdo y decidió continuar la lucha, alentado por el cariño y adhesión de la población castellana a su causa. La población de Castilla reaccionó a la traición de los catalanes y aragoneses reafirmando su lealtad a Felipe V y formando ejércitos de voluntarios y grupos de guerrilleros. A estas fuerzas se sumó un ejército francés de refuerzo al mando del Duque de Berwick. La falta de apoyo de la población y el avance del ejército franco-español originó que el Archiduque Carlos abandonara Madrid y se replegara a Valencia.
El 25 de abril de 1707 el ejército franco-español del Duque de Berwick derrotó aplastantemente a los aliados dirigidos por el Marqués de Ruvigny en la Batalla de Almansa. Esta victoria permitió a los borbónicos tomar Valencia, Zaragoza y finalmente Lérida, el 14 de octubre de 1707 (Curiosamente en esta batalla un general británico dirigió a las tropas francesas y un general francés a las británicas y austriacas).
Felipe V no cometió el error de Felipe IV, quien fue sumamente indulgente con los catalanes y se decidió a acabar con sus traiciones de una vez por todas, promulgando los Decretos de Nueva Planta y acabando con los fueros del Reino de Aragón, imponiendo un modelo centralista y obligando al uso oficial en la zona de la lengua castellana.
Viendo que en España la situación borbónica mejoraba, Luís XIV decidió contraatacar de nuevo en Holanda. En 1708 un ejército francés de 100.000 hombres al mando conjunto del Duque de Vendome y el Duque de Borgoña, nieto de Luís XIV, avanzó hacia Holanda, recuperando las ciudades de Brujas y Gante, pero estos éxitos iniciales franceses fueron de nuevo contrarrestados por las tropas algo-holandesas dirigidas por el mejor general aliado Marlborough que en conjunción con el ejercito de Eugenio de Saboya derrotó a los franceses el 11 de julio de 1708 en la “Batalla de Oudenarde”.
Tras su victoria Marlborough y el Príncipe Eugenio de Saboya tomaron de nuevo Gante y rindieron Lille.
Las victorias aliadas generaron que el Papa Clemente XI reconociera al Archiduque Carlos de Austria como rey de España. Esta situación generó que Felipe V rompiera relaciones con el papado y expulsara al nuncio. Las continuas derrotas habían agotado y arruinado económicamente a Luís XIV, el cual intentó a partir de entonces negociar la paz con los aliados y finalizar la desastrosa guerra. Pero Felipe V estaba decidido a alzarse con la victoria, aunque fuera en solitario y sin el apoyo de su abuelo.
En septiembre de 1709, el ejército de la Alianza dirigido por el Duque de Marlborough y el Príncipe Eugenio de Saboya prosiguió la campaña del frente de Flandes y tomó la ciudad de Tournai. El ejército francés, mandado por el Mariscal Villars, para evitar que los aliados amenazaran la ciudad de Mons y pese a su inferioridad numérica, se enfrentó en campo abierto a éstos el 11 de septiembre de 1709, siendo derrotado en la sangrienta “Batalla de Malplaquet”.
En 1710 los aliados iniciaron su última ofensiva buscando obtener la victoria de una vez por todas. El Archiduque Carlos inició sus avances en España, su ejército, al mando del príncipe Starhemberg y apoyado por voluntarios catalanes y valencianos, derrotó el 27 de julio de 1710 a los borbónicos en la batalla de Almenara, tomando posteriormente Zaragoza y Madrid. Pero Felipe V contó con el apoyo de numerosos castellanos, los cuales formaron partidas de guerrilleros que se enfrentaron exitosamente a las tropas aliadas, desmoralizándolas con sus continuos ataques por sorpresa a sus líneas de suministros. Luís XIV, viendo que las exigencias aliadas para entablar la paz eran excesivas, envió a la Península al Duque de Vendome para que iniciara una nueva ofensiva que permitiera a Luís XIV firmar una paz menos onerosa con los aliados.
Felipe V avanzó rápidamente con sus tropas hacia Madrid derrotando al general aliado
James Stanhope en la “Batalla de de Brihuega”, el 9 de diciembre de 1710.
El príncipe de Starhemberg intentó ayudar a Stanhope con el resto del ejército austriaco pero llegó tarde y fue asimismo derrotado al día siguiente, el 10 de diciembre de 1710, en la “Batalla de Villaviciosa”.
Estas victorias borbónicas y el enorme apoyo de la población de los territorios de la Corona de Castilla aseguraron el trono casi definitivamente para Felipe V.
En el año 1711 el destino intervendría en el resultado de la contienda, el emperador José I de Austria murió repentinamente, y su sucesor era el Archiduque Carlos de Austria, que fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico bajo el nombre de Carlos VI.
La subida al trono de Carlos hizo que reapareciera en el escenario político europeo la amenaza de una nueva unión dinastica de las posesiones de España y Austria, algo que no convenía ni a Inglaterra ni a Holanda, las cuales a partir de entonces buscaron firmar la paz con Francia.
Francia se encontraba agotada económica y militarmente, por tanto Luís XIV a partir de enero de 1712 entró en negociaciones en Utrecht con Inglaterra para llegar a la paz. Inglaterra se comprometía a reconocer a Felipe V como rey de España a cambio de conservar los territorios españoles ocupados de Gibraltar y Menorca y de poder comerciar con las colonias españolas de América.
El 24 de julio de 1712 el Príncipe Eugenio de Saboya fue derrotado por el Mariscal Villars en la “Batalla de Denain”, lo que permite a los franceses reforzar su posición en las negociaciones de paz. Para facilitar aún más un acuerdo, Felipe V hizo pública su renuncia a sus derechos al trono francés. El estancamiento militar y el cambio de postura de Inglaterra permitieron que en abril de 1713 Francia e Inglaterra firmaran la paz, el mes siguiente España, un poco forzada por la salida de la guerra de su principal aliada, firmó la paz con Inglaterra el 27 de marzo de 1713. Progresivamente el resto de potencias se fue sumando a los acuerdos de paz de lo que posteriormente se llamó el “Tratado de Utrecht”, que ponía fin a la sangrienta guerra de Sucesión Española.
La partición de los territorios españoles que intentó impedir Carlos II finalmente fue consumada, los Países Bajos Españoles, el reino de Nápoles, Cerdeña y el ducado de Milán pasaron a manos de Carlos VI de Alemania. El duque de Saboya por su parte se apoderó de Sicilia, la cual sumó a sus dominios. Inglaterra se quedó con la isla de Menorca, Gibraltar, Terranova, algunas islas de las Antillas y los territorios franceses de la bahía de Hudson. Además Inglaterra obtuvo concesiones para poder comerciar con las colonias españolas en América y el monopolio del comercio de esclavos negros que compraban las plantaciones azúcar de América.
En Utretcht los paises europeos alcanzaron la paz, pero la guerra no terminó del todo, pues Cataluña seguía resistiendo en contra de Felipe V, pero ya sin el apoyo de los ejércitos austriacos. El 11 de septiembre de 1714, el Duque de Berwick ordenó el asalto a la sitiada ciudad de Barcelona, la cual pese que se defendió valientemente tuvo que rendirse finalmente.
Finalmente la traición de Aragón y Cataluña significó la pérdida definitiva de sus fueros, la disolución de sus órganos políticos y la imposición del centralismo castellano, apareciendo la división de la nueva España unificada en provincias.
La Guerra de Sucesión acabó con el poder hegemónico de España en Europa, a partir de entonces Inglaterra y Francia serán las potencias dominantes en el continente europeo.
Si España perdió poder político y militar, por lo menos ganó una familia de gobernantes que se preocupaban de emprender las reformas sociales y económicas que tanto necesitaba el país y sus colonias. La Guerra de Sucesión permitió la forja de España como nación unificada y prospera. A la larga la llegada de la nueva casa reinante fue muy beneficiosa para el país, ya que con los reyes franceses llegó la ilustración y el progreso, acabando poco a poco con el medievalismo que dominaba España. Las sucesivas guerras que sacudirían Europa en todo el siglo XVIII permitirían que España recobrara parte de su prestigio y algunos territorios perdidos en el Tratado de Utrecht

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