sábado, 29 de junio de 2013

La Guerra de Sucesión Española, 1701-1713

La Guerra de Sucesión Española fue un conflicto dinástico español que se inició tras la muerte sin descendencia del rey Carlos II de España. El trono de España correspondía a Felipe V de Borbón, nieto del rey francés Luís XIV, pero el miedo de muchas potencias europeas a una unión dinastica entre Francia y España generó que apoyaran al archiduque Carlos de Austria en sus pretensiones al trono español. El conflicto dinástico se convirtió en una feroz guerra internacional que decidiría para siempre los destinos de toda Europa. Este conflicto marcó el punto final para España como potencia hegemónica en Europa, convirtiéndose a partir de entonces en una potencia de segunda fila. El conflicto sucesorio se convirtió además en una verdadera Guerra Civil entre la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, que se saldó con la perdida de los históricos fueros aragoneses y catalanes.

Felipe V
Carlos II
El rey Carlos II de Habsburgo, apodado “El Hechizado”, siempre ha sido maltratado por la Historiografía. Los historiadores se limitaban a leer y repetir las fuentes de la época sin analizar científicamente y con rigor su figura, por ello la imagen de rey poco inteligente, estéril y enfermizo es la que aún predomina en nuestros días. Es cierto que Carlos II era estéril y sufría de muy mala salud, pero era un buen rey que mediante su válido (primer ministro), el duque de Medinaceli, quería emprender las reformas que tanto necesitaba la decadente España de la época. Desde la época del rey Felipe III el Imperio Español había alcanzado tal grado de desarrollo que los reyes necesitaban contar con validos y secretarios que les ayudaran a administrar el complejo Estado, pero los bandos nobiliarios solían disputar sórdidamente entre ellos por ocupar el cargo de valido del rey, lo que generaba una alta inestabilidad política. Las reformas políticas y económicas que pretendía llevar a cabo Carlos II no pudieron concretarse por la férrea oposición que encontró en los nobles y la Iglesia, los cuales temían perder sus vastos privilegios económicos y sociales.
La mala salud de Carlos II y su falta de herederos convirtieron su sucesión en el principal asunto político europeo. Las vastas propiedades que tenia España eran un ambiciado botín que se empezaron a disputar por un lado Luís XIV de Francia, cuya madre, Ana de Habsburgo, era hermana del rey Felipe IV y su esposa, Maria Teresa de Habsburgo, era hija de Felipe IV y por otro lado el emperador Leopoldo I hijo también de una hermana de Felipe IV y casado con Margarita de Habsburgo, hija también de Felipe IV. Al estar primeras en la línea sucesoria la madre y esposa de Luís XIV por ser hijas mayores, correspondía a éste la sucesión, pero en el “Tratado de los Pirineos” de 1659, en el que se acordó la boda entre Luís XIV y Maria Teresa, existía una cláusula mediante la que Luís XIV renunciaba al trono de España a cambio de una compensación de medio millón de escudos de oro. España jamás pago la compensación económica, por tanto, legalmente Luís mantenía el derecho al trono.
Inglaterra y Holanda veían como una amenaza para sus respectivos intereses económicos y territoriales la unión entre la Corona de España y la de Francia, ya que se sumaria la riqueza económica de las colonias americanas españolas al enorme poder militar de la Francia de la época. Ésta unión crearía una potencia que dominaría toda Europa.
Por su parte Francia tampoco quería que se renovara la unión entre España y Austria, ya que de nuevo quedaría cercada por sus extremos y amenazada de mantener futuras guerras en dos frentes.
El conflicto entre las posiciones de Inglaterra y Holanda por un lado y Francia por otro se resolvió mediante el Tratado de la Haya de 1698, denominado posteriormente “Primer Tratado de Partición”. Este tratado reconocía al nieto de Leopoldo I, e hijo de Maximiliano II de Baviera y Maria Antonia de Austria; José Fernando de Baviera como heredero de los reinos de España, Cerdeña, los Países Bajos españoles y las importantes colonias americanas, quedando el Milanesado para el Archiduque Carlos de Austria, hijo y heredero de Leopoldo I y las posesiones italianas de Nápoles, Sicilia y Toscana para Francia.
España se ofendió al enterarse de la existencia del Tratado de Partición de la Haya, ya que su opinión no había sido consultada, y por tanto lo rechazó totalmente. El rey Carlos II, para evitar que las potencias europeas dividieran el imperio territorial español, declaró a José Fernando de Baviera como su único heredero, legándole toda la herencia territorial en solitario y resolviendo sagazmente el problema.
Pero un año después, en 1699, el conflicto resurgirá al morir de viruela el príncipe José Fernando de Baviera. El rey Carlos II de España, gravemente enfermo, fue presionado por su esposa y la sección pro austriaca de la Corte para elegir como sucesor al archiduque Carlos de Austria. Asimismo, la Corona de Aragón apoyaba la opción de sucesión austriaca, ya que temía perder sus fueros en caso de que los franceses reformaran y centralizaran el Estado Español al estilo del Estado Francés.
Francia, Inglaterra y Holanda llegaron a un nuevo acuerdo y firmaron ese mismo año el “Segundo Tratado de Partición”, mediante el cual el Archiduque Carlos de Austria heredaría todas las posesiones españolas menos las italianas, que pasarían a Francia.
En 1700, Carlos II, enterado de éste nuevo acuerdo y viendo cercana su muerte por su mala salud, decidió una vez más adelantarse a sus adversarios y evitar la partición de los territorios españoles, nombrando como sucesor en su testamento a Felipe, Duque de Anjou, nieto de Luís XIX e hijo de Luís el Delfín, príncipe heredero de Francia.
Felipe de Anjou recibiría todas las posesiones españolas pero se debería comprometer a no unir las dos coronas, España y Francia, en una sola.
En España, la población de Castilla era mayoritariamente partidaria de la rama francesa, ya que estaban cansados de los reyes de la familia Habsburgo, los cuales habían dilapidado todo el oro y riquezas de las colonias castellanas en América, gastándolo en continuas guerras religiosas o territoriales que nada tenían que ver con Castilla. En la Península, el esfuerzo económico y militar siempre había recaído en Castilla, mientras que la Corona de Aragón y Cataluña se mantenía al margen de los gastos y costos militares, pese a que éstos servían para defender sus posesiones italianas. Cuando se quiso que los demás reinos peninsulares colaboraran igualmente en la defensa del Imperio, éstos se opusieron, traicionando a la monarquía y rebelándose en 1640. A raíz de estos sucesos Portugal obtuvo su independencia, pero el reino de Aragón y Cataluña continuó en manos de la monarquía española, apareciendo desde entonces un gran resentimiento hacia ellos entre la población castellana.
El reino de Aragón prefería en el trono de España a la Casa de Austria, pese a haberse rebelado Cataluña contra Felipe IV. El temor al centralismo francés hizo que los aragoneses y catalanes fueran partidarios del modelo austriaco de respeto a los fueros y privilegios de que gozaban los catalanes y aragoneses.
El 1 de noviembre de ese mismo año de 1700 moriría finalmente Carlos II, ultimo rey de la Casa de Austria. Cumpliendo con lo dispuesto en el testamento de Carlos II, Felipe, Duque de Anjou, será proclamado en 1701 como rey de España, bajo el nombre de Felipe V.
Casi todas las grandes potencias europeas aceptaron a Felipe V como rey de España, con la excepción obvia de Austria, que seguía defendiendo a su candidato. Luís XIV, temiendo un conflicto contra Austria y previa consulta a su nieto Felipe V, envió destacamentos de tropas francesas para que reforzaran las debilitadas posiciones españolas en los Países Bajos. Holanda asumió estos movimientos de tropas como una amenaza (Francia y Holanda habían estado en guerra entre 1672 y 1678) y junto a su aliada Inglaterra se alió con el emperador Leopoldo I para imponer por la fuerza en el trono español al archiduque Carlos de Austria.
En septiembre de 1701 se creó oficialmente en la Haya, la denominada “Gran Alianza”, un alianza militar formada por los reinos de Austria, Inglaterra, Holanda y Dinamarca. Esta alianza declaró al archiduque Carlos de Austria como legítimo heredero al trono español y en junio de 1702 se inició formalmente la guerra contra Francia y España, pese a que desde el año anterior habían ocurrido varias escaramuzas entre ambos bandos. Al año siguiente, en 1703 se unirán a la alianza los reinos de Portugal y Saboya, los cuales buscaban obtener ganancias territoriales en España e Italia.
El primer frente de las operaciones de ambos bandos será Italia, donde Felipe V conservaba varias posesiones españolas, entre ellas el valioso Ducado de Milán.
A finales de 1701, el príncipe Eugenio de Saboya, al mando de las tropas austriacas, iniciará las hostilidades, derrotando en las batallas de Carpi y de Chiari, a las tropas francesas que defendían el norte de Italia, destacándose como un gran militar. A comienzos de 1702 los triunfos austriacos en Italia proseguirán, pero Francia mandará a la zona a uno de sus mejores militares, el competente Duque de Vendome, el cual rechazará a los austriacos hacia el norte.
Al ver los primeros éxitos franceses, Maximiliano II, Elector de Baviera, decidió unirse a la causa de los Borbones, buscando debilitar al Imperio Austriaco y expandir sus dominios bavaros. La alianza con Baviera permitirá a Francia abrir un nuevo frente bélico en la zona de Alemania. Luís XIV ordenó a sus ejércitos cruzar el Rhin para reunirse en Suabia con las tropas de Maximiliano II, el Elector de Baviera y juntos derrotar a los imperiales de Leopoldo I de Austria. Cuando los franceses cruzaron el Rhin se encontraron con un ejército aliado dirigido por el margrave Luís Guillermo de Baden, el cual había salido a cortarles el paso a los franceses e impedir que se reunieran con los bavaros. Ambos ejércitos se enfrentaron el 14 de octubre de 1702 en la “Batalla de Friedlingen”, que aunque acabó en un empate táctico, sin que ningún bando pudiera derrotar al otro, estratégicamente impidió que los franceses cumplieran su objetivo y en consecuencia tuvieran que volver a cruzar el Rhin hacia Francia. El fracaso francés se compensó con la ocupación del ducado de Lorena y de la ciudad de Tréveris por parte del Mariscal Tallard.
Mientras los franceses defendían su trono, Felipe V había comenzado una amplia modernización de la flota y el ejército español, sustituyendo los gloriosos pero antiguos y obsoletos “Tercios” por el moderno modelo militar francés basado en brigadas, regimientos y batallones. El nuevo ejercito español seria adiestrado con una severa disciplina y equipando con nuevos uniformes, artillería moderna, mosquetes de llave de chipa o pedernal y la nueva arma surgida, la bayoneta, que reemplazaba a la pesada pica.
Pese a que el nuevo ejército aún no estaba del todo a punto, Felipe V desembarcó en Italia para participar en la guerra personalmente. Sus primeros pasos fueron en el reino de Sicilia, el cual pacificó y aseguró para su causa. Tras eso Felipe V avanzó hacia Milán, la llave del Norte de Italia, para reunirse allí con el Duque de Vendome y sus aliados franceses. El ejército franco-español, al mando de Vendome derrotó a los aliados dirigidos por el general Visconti en la “Batalla de Santa Vittoria”. Los aliados se reorganizaron y se enfrentaron de nuevo a los españoles en la “Batalla de Luzzara”, la cual terminó en un empate que causó enormes bajas en ambos bandos. En estas batallas Felipe V demostró ser un militar valiente, que no dudaba en arriesgar su vida en primera línea, un dinamismo que contrastaba enormemente con el patetismo y vagancia de los últimos reyes austrias (sobre todo Felipe III y Felipe IV) y que le hizo ganar mucho prestigio y afecto entre sus tropas. Tras su exitosa experiencia bélica y teniendo que atender asuntos de gobierno en la corte, Felipe V retornará a España en enero de 1703. Su campaña bélica, pese a no ser decisiva militarmente, le había granjeado el aprecio de los soldados y del pueblo español, algo que a la larga será su mayor apoyo para seguir siendo el rey de España.
Los avances franco-españoles en Italia fueron contrarrestados por los avances del brillante general inglés; John Churchill, duque de Marlborough, en los Paises Bajos Españoles (Bélgica). El duque de Marlborough, (que posteriormente se convertiría en el conocido Mambrú de la canción popular “Mambrú se fue a la guerra”…), era uno de los mejores comandantes aliados y por ello dirigía a las tropas británicas, alemanas y holandesas. Marlborough derrotó a los franceses del Mariscal Boufflers y a las exiguas guarniciones españolas, conquistando las ciudades de Raisenwertz, Vainloo, Rulemunda, Senenverth, Maseich y Lieja. Además tomó la fortaleza francesa de Landau en Alsacia.
Maximiliano II, el Elector de Baviera, contrarrestó los enormes éxitos aliados tomando las ciudades austriacas de Ulm y Memmingen.
El 23 de octubre de 1702 la Flota Española de Indias refugiada en la ría de Vigo y protegida por navíos franceses fue audazmente aniquilada por el brillante almirante británico George Rooke y su escuadra anglo-holandesa en la denominada “Batalla de Rande”.
En 1703 el rey Pedro II de Portugal, impresionado por el poderío militar aliado y buscando extender sus territorios a costa de España, se unió a la Gran Alianza. Gracias a la entrada de Portugal en la contienda, los aliados pudieron desembarcar fácilmente sus ejércitos en la Península Ibérica y el 4 de mayo de 1704, el Archiduque Carlos de Austria desembarcó en Lisboa dispuesto a reclamar su trono.
El Archiduque intentó invadir España desde la frontera entre Portugal y Extremadura, pero su ejército fue rechazado por el ejército español comandando por el competente Duque de Berwick. Viendo que el avance terrestre era difícil, la flota del almirante George Rooke, que llevaba embarcado al ejército aliado del Príncipe de Darmstadt, intentó desembarcar en Barcelona, pero tras fracasar se dirigió hacia el sur, tomando el enclave estratégico de Gibraltar, pobremente defendido por los españoles.
Mientras los aliados llevaban la guerra a la Península Ibérica, en el frente de los Paises Bajos y Alemania el duque de Marlborough continuó su avance y tomó las ciudades de Bonn y Huy. Tras sus victorias, Marlborough se movilizó para ayudar al Imperio Austriaco, desgastado por las continuas batallas que mantenía en sus varios frentes abiertos y amenazado por el exitoso avance del elector de Baviera.
Marlborough, en una maniobra de engaño desplazo su ejército hacia el Mosela, para amenazar a los franceses. Tras eso, Marlborough dejo su ejército y atravesó 400 km en cinco semanas para reunirse con las tropas alemanas de Luís Guillermo de Baden y enfrentarse a las tropas del Elector de Baviera. Marlborough quería forzar el cambio de bando o la salida de Baviera de la guerra, por ello buscó un enfrentamiento decisivo con los ejércitos franco-bavaros, un enfrentamiento que impresionara al Elector y le convenciera de que era mas provechoso para él cambiar de bando.
Marlborough se dirigió hacia la ciudad de Donauwörth, defendida por la fortaleza de Schellenberg, cuya toma aseguraría para sus ejércitos un paso sobre el rió Danubio y los vitales suministros que necesitaban para una larga campaña en Baviera.
En vez de asediar la fortaleza de Schellenberg, como todo el mundo pensaba, Marlborough, alertado por los espías de Eugenio de Saboya de que se aproximaba un ejército francés al mando del Duque de Tallard en auxilio de la fortaleza, decidió tomar ésta al asalto. Tras dos sangrientos asaltos de los granaderos ingleses y holandeses repelidos por las tropas del Conde d’Arco, italiano que estaba a cargo de la defensa de la fortaleza bavara, un ataque por sorpresa de las tropas de Luís Guillermo de Baden permitió a Marlborough tomar finalmente la fortaleza y la ciudad de Donauwörth el
2 de julio de 1704.
Su victoria en Schellenberg le costó tremendamente cara a Marlborough, quien perdió más de 5000 hombres de los 22.000 con los que contaba su ejército en los asaltos frontales contra el fuerte. Encontrándose en inferioridad numérica ante la llegada del ejercito francés de 35.000 hombres del Duque de Tallard. No obstante, la fortuna favoreció a Marlborough, ya que el Príncipe Eugenio de Saboya se dirigió con su ejército en su ayuda. Finalmente, tras unirse ambos ejércitos, el ejército aliado se enfrentó el 13 de agosto de 1704 con las fuerzas franco bavaras en la decisiva “Batalla de Blenheim”.
La batalla de Blenheim se saldó con una terrible derrota para los ejércitos de Luís XIV y sus aliados, los cuales tuvieron 40.000 bajas. Tras frenar la amenaza bavara Marlborough avanzó hacia el Mosela, tomando las ciudades de Trier y Trarbach.
La victoria de Blenheim subió enormemente la moral de los aliados en el frente de la península Ibérica, decidiéndose el Archiduque Carlos a viajar por mar hacia los territorios de la Corona de Aragón, los cuales eran secretamente sus partidarios.
Cataluña estaba resentida con los franceses desde que estos no apoyaron resueltamente su revuelta contra Felipe IV, pero sobre todo temían que el centralismo francés importado por Felipe V significara la perdida de sus fueros, en los que los catalanes y aragoneses se escudaban para negociar sus aportes económicos y tributarios al Rey. El 25 de agosto de 1705, con el beneplácito de la población, desembarcó en Barcelona el archiduque Carlos de Austria con un ejército de 20.000 hombres. El Archiduque, viendo las muestras de afecto de los catalanes, decidió establecer su capital en Barcelona e iniciar desde allí su conquista del resto de España. El 16 de noviembre de 1705, el Consejo de Aragón, en abierta traición, reconoció como rey al archiduque Carlos de Austria.
La nueva traición de Cataluña generó que Felipe V, a comienzos de 1706, tuviera que desplazar hacia la zona el ejército que defendía la frontera con Portugal. Felipe V consiguió sitiar Barcelona con su ejército, pero la llegada de una escuadra aliada a Barcelona y sobre todo la rotura del desguarnecido frente portugués le obligó a levantar el asedio de Barcelona y dirigirse rápidamente hacia Madrid.
Los aliados tomaron Ciudad Rodrigo y Salamanca, Felipe V temiendo ser derrotado trasladó su corte a Burgos y abandonó Madrid.
El Archiduque Carlos de Austria dejó Barcelona y entró con sus ejércitos en Madrid, donde esperaba ser proclamado rey, al igual que en Barcelona, pero la población madrileña era leal a su verdadero rey y le fue tremendamente hostil.
Mientras en España los borbones perdían terreno en España, Luís XIV decidió contraatacar en Holanda, pero el ejército francés fue derrotado en la “Batalla de Ramillies” por el duque de Marlborough, perdiendo los franceses 15.000 hombres. Tras su brillante victoria, Marlborough conquistó casi por completo los Países tomando las importantísimas ciudades de Bruselas, Brujas, Lovaina, Ostende, Gante y Malinas.
El año de 1706 se convirtió definitivamente en terrible para los Borbones al conquistar el Príncipe Eugenio de Saboya la ciudad de Milán y el reino de Nápoles.
Las constantes derrotas hicieron que Luís XIV pensara en firmar la paz, pero Felipe V no estuvo de acuerdo y decidió continuar la lucha, alentado por el cariño y adhesión de la población castellana a su causa. La población de Castilla reaccionó a la traición de los catalanes y aragoneses reafirmando su lealtad a Felipe V y formando ejércitos de voluntarios y grupos de guerrilleros. A estas fuerzas se sumó un ejército francés de refuerzo al mando del Duque de Berwick. La falta de apoyo de la población y el avance del ejército franco-español originó que el Archiduque Carlos abandonara Madrid y se replegara a Valencia.
El 25 de abril de 1707 el ejército franco-español del Duque de Berwick derrotó aplastantemente a los aliados dirigidos por el Marqués de Ruvigny en la Batalla de Almansa. Esta victoria permitió a los borbónicos tomar Valencia, Zaragoza y finalmente Lérida, el 14 de octubre de 1707 (Curiosamente en esta batalla un general británico dirigió a las tropas francesas y un general francés a las británicas y austriacas).
Felipe V no cometió el error de Felipe IV, quien fue sumamente indulgente con los catalanes y se decidió a acabar con sus traiciones de una vez por todas, promulgando los Decretos de Nueva Planta y acabando con los fueros del Reino de Aragón, imponiendo un modelo centralista y obligando al uso oficial en la zona de la lengua castellana.
Viendo que en España la situación borbónica mejoraba, Luís XIV decidió contraatacar de nuevo en Holanda. En 1708 un ejército francés de 100.000 hombres al mando conjunto del Duque de Vendome y el Duque de Borgoña, nieto de Luís XIV, avanzó hacia Holanda, recuperando las ciudades de Brujas y Gante, pero estos éxitos iniciales franceses fueron de nuevo contrarrestados por las tropas algo-holandesas dirigidas por el mejor general aliado Marlborough que en conjunción con el ejercito de Eugenio de Saboya derrotó a los franceses el 11 de julio de 1708 en la “Batalla de Oudenarde”.
Tras su victoria Marlborough y el Príncipe Eugenio de Saboya tomaron de nuevo Gante y rindieron Lille.
Las victorias aliadas generaron que el Papa Clemente XI reconociera al Archiduque Carlos de Austria como rey de España. Esta situación generó que Felipe V rompiera relaciones con el papado y expulsara al nuncio. Las continuas derrotas habían agotado y arruinado económicamente a Luís XIV, el cual intentó a partir de entonces negociar la paz con los aliados y finalizar la desastrosa guerra. Pero Felipe V estaba decidido a alzarse con la victoria, aunque fuera en solitario y sin el apoyo de su abuelo.
En septiembre de 1709, el ejército de la Alianza dirigido por el Duque de Marlborough y el Príncipe Eugenio de Saboya prosiguió la campaña del frente de Flandes y tomó la ciudad de Tournai. El ejército francés, mandado por el Mariscal Villars, para evitar que los aliados amenazaran la ciudad de Mons y pese a su inferioridad numérica, se enfrentó en campo abierto a éstos el 11 de septiembre de 1709, siendo derrotado en la sangrienta “Batalla de Malplaquet”.
En 1710 los aliados iniciaron su última ofensiva buscando obtener la victoria de una vez por todas. El Archiduque Carlos inició sus avances en España, su ejército, al mando del príncipe Starhemberg y apoyado por voluntarios catalanes y valencianos, derrotó el 27 de julio de 1710 a los borbónicos en la batalla de Almenara, tomando posteriormente Zaragoza y Madrid. Pero Felipe V contó con el apoyo de numerosos castellanos, los cuales formaron partidas de guerrilleros que se enfrentaron exitosamente a las tropas aliadas, desmoralizándolas con sus continuos ataques por sorpresa a sus líneas de suministros. Luís XIV, viendo que las exigencias aliadas para entablar la paz eran excesivas, envió a la Península al Duque de Vendome para que iniciara una nueva ofensiva que permitiera a Luís XIV firmar una paz menos onerosa con los aliados.
Felipe V avanzó rápidamente con sus tropas hacia Madrid derrotando al general aliado
James Stanhope en la “Batalla de de Brihuega”, el 9 de diciembre de 1710.
El príncipe de Starhemberg intentó ayudar a Stanhope con el resto del ejército austriaco pero llegó tarde y fue asimismo derrotado al día siguiente, el 10 de diciembre de 1710, en la “Batalla de Villaviciosa”.
Estas victorias borbónicas y el enorme apoyo de la población de los territorios de la Corona de Castilla aseguraron el trono casi definitivamente para Felipe V.
En el año 1711 el destino intervendría en el resultado de la contienda, el emperador José I de Austria murió repentinamente, y su sucesor era el Archiduque Carlos de Austria, que fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico bajo el nombre de Carlos VI.
La subida al trono de Carlos hizo que reapareciera en el escenario político europeo la amenaza de una nueva unión dinastica de las posesiones de España y Austria, algo que no convenía ni a Inglaterra ni a Holanda, las cuales a partir de entonces buscaron firmar la paz con Francia.
Francia se encontraba agotada económica y militarmente, por tanto Luís XIV a partir de enero de 1712 entró en negociaciones en Utrecht con Inglaterra para llegar a la paz. Inglaterra se comprometía a reconocer a Felipe V como rey de España a cambio de conservar los territorios españoles ocupados de Gibraltar y Menorca y de poder comerciar con las colonias españolas de América.
El 24 de julio de 1712 el Príncipe Eugenio de Saboya fue derrotado por el Mariscal Villars en la “Batalla de Denain”, lo que permite a los franceses reforzar su posición en las negociaciones de paz. Para facilitar aún más un acuerdo, Felipe V hizo pública su renuncia a sus derechos al trono francés. El estancamiento militar y el cambio de postura de Inglaterra permitieron que en abril de 1713 Francia e Inglaterra firmaran la paz, el mes siguiente España, un poco forzada por la salida de la guerra de su principal aliada, firmó la paz con Inglaterra el 27 de marzo de 1713. Progresivamente el resto de potencias se fue sumando a los acuerdos de paz de lo que posteriormente se llamó el “Tratado de Utrecht”, que ponía fin a la sangrienta guerra de Sucesión Española.
La partición de los territorios españoles que intentó impedir Carlos II finalmente fue consumada, los Países Bajos Españoles, el reino de Nápoles, Cerdeña y el ducado de Milán pasaron a manos de Carlos VI de Alemania. El duque de Saboya por su parte se apoderó de Sicilia, la cual sumó a sus dominios. Inglaterra se quedó con la isla de Menorca, Gibraltar, Terranova, algunas islas de las Antillas y los territorios franceses de la bahía de Hudson. Además Inglaterra obtuvo concesiones para poder comerciar con las colonias españolas en América y el monopolio del comercio de esclavos negros que compraban las plantaciones azúcar de América.
En Utretcht los paises europeos alcanzaron la paz, pero la guerra no terminó del todo, pues Cataluña seguía resistiendo en contra de Felipe V, pero ya sin el apoyo de los ejércitos austriacos. El 11 de septiembre de 1714, el Duque de Berwick ordenó el asalto a la sitiada ciudad de Barcelona, la cual pese que se defendió valientemente tuvo que rendirse finalmente.
Finalmente la traición de Aragón y Cataluña significó la pérdida definitiva de sus fueros, la disolución de sus órganos políticos y la imposición del centralismo castellano, apareciendo la división de la nueva España unificada en provincias.
La Guerra de Sucesión acabó con el poder hegemónico de España en Europa, a partir de entonces Inglaterra y Francia serán las potencias dominantes en el continente europeo.
Si España perdió poder político y militar, por lo menos ganó una familia de gobernantes que se preocupaban de emprender las reformas sociales y económicas que tanto necesitaba el país y sus colonias. La Guerra de Sucesión permitió la forja de España como nación unificada y prospera. A la larga la llegada de la nueva casa reinante fue muy beneficiosa para el país, ya que con los reyes franceses llegó la ilustración y el progreso, acabando poco a poco con el medievalismo que dominaba España. Las sucesivas guerras que sacudirían Europa en todo el siglo XVIII permitirían que España recobrara parte de su prestigio y algunos territorios perdidos en el Tratado de Utrecht

viernes, 28 de junio de 2013

El Califato Omeya de Córdoba

Islam y Resistencia Cristiana

El legado árabe ha dejado importantes huellas en la cultura española. La grandeza de la cultura árabe en España encuentra su mejor expresión en la Mezquita de Córdoba. La época de mayor esplendor de la civilización musulmana se produjo entre los años 929 y 1031. En la primera parte del programa se cuenta el nacimiento del Islam, el avance musulmán y la pérdida de Hispania, así como la resistencia cristiana. A continuación se narra la Dinastía de los Omeya y el Califato de Córdoba, para terminar con la importancia de la Cultura islámica, la lengua árabe y las ciudades hispano-árabes. La parte final del programa se reserva a los mozárabes, Almanzor "El Victorioso", la formación del reino de Asturias y los núcleos de resistencia. Sobre el tablero peninsular, cristianos y musulmanes compiten por cada cuadrícula de tierra.



De los Austrias a los Borbones

Decadencia de un imperio.
La España de Carlos II (1661-1700): decadencia de España durante el reinado del último Austria. Rey de constitución débil y enfermiza conocido como `El Hechizado¿. Se casa dos veces, pero no tuvo descendencia. A su muerte se produce la Guerra de Sucesión provocada por Felipe de Anjou, pretendiente francés nieto de Luis XIV, y el archiduque Carlos de Austria. Carlos II nombra su heredero a Felipe de Anjou con el que llegan los borbones al trono de España.


Carlos V, el sueño de un Emperador

miércoles, 12 de junio de 2013

Reino de los francos


Durante el siglo V, las tribus de los francos, con el proceso de invasión del Imperio Romano de Occidente, ocuparon el norte de la Galia. En el gobierno de Clovis, en 494, los ejércitos reales llevaron a cabo un asalto militar contra los visigodos, que aseguraban el dominio galo en toda la región. Durante el gobierno de Francia, los reyes emprendieron una fuerte asociación con la Iglesia Católica. Durante muchas dinastías, la Iglesia y los nobles recibieron tierras como forma de recompensa de la aprobación religiosa y apoyo militar.
A lo largo del siglo VII, los diversos reyes que asumieron el trono no lograron garantizar la unidad de los territorios. Conocido como reyes indolentes, dichas autoridades tenían facultades para otorgar poderes políticos a funcionarios públicos (major domus). El más conocido de ellos fue Carlos Martel, que en el año 732 lideró a los francos a la llamada Batalla de Poitiers, lo que impidió la expansión árabe hacia Europa Central.
Con este logro, Carlos Martel abrió las puertas para su hijo, Pipino, el Breve, garantizando la condición de rey de los francos. Con el respaldo de la Iglesia, Pipino emprendió la conquista de los territorios de la península italiana, que fue donada en la última parte de sus tierras para el alto clero. Dominado directamente por la Santa Sede, esta región fue declarada Patrimonio de San Pedro. Carlomagno, hijo de Pipino, sucedió a su padre en el año 768.
En la década de 770, Carlomagno sometió a los lombardos y los sajones, obligándoles a convertirse al cristianismo. Años más tarde llevó a cabo campañas en Europa del Este, que dominaron una parte de los pueblos eslavos. Fortaleciendo lazos con la Iglesia, el conocido como Imperio carolingio vio la expansión del cristianismo en Europa y limitó el avance de la Iglesia bizantina. En el año 800, el papa León III nombró a Carlomagno como emperador en Roma.
Para mantener la unidad de su territorio, era necesario distribuir tierras a los varios miembros del clero y la nobleza. Cuando conseguían la posesión de los condados y marcas (tipos diferentes de posesión de tierra), estos favorecidos grupos sociales mantuvieron una actitud de fidelidad con Carlos Magno. Además, el emperador creó un grupo de fiscales conocidos como missi dominici que eran forzados a fiscalizar territorios reales. Para poder administrar sus tierras, Carlos creó las capitulares, primer conjunto de leyes en el mundo medieval.
Los logros de este imperio que se formó en la Edad Media fueron los responsables de un período de intensa actividad cultural. Con el patrocinio del rey, se fundaron escuelas y varias obras greco-romanas serían traducidas con el apoyo de la Iglesia que preservó gran parte de ese conocimiento. Con la muerte de Carlomagno en 841, la capacidad del Imperio Carolingio fue puesta a prueba. Después del gobierno de Ludovico Pío, hijo de Carlos I el Grande, los territorios fueron objeto de disputa en torno a sus tres hijos.
Después de intensas discusiones, el Tratado de Verdún (843) estableció la división del imperio en tres reinos nuevos. Carlos el Calvo, se convirtió en el rey del oeste de Francia, Luis el Germánico, se apoderó del este de Francia, y Lotario se convirtió en rey de Francia central. Con la división, el poder militar de los francos no podía hacer frente a la invasión de los normandos, los húngaros y los árabes y terminaría por sucumbir.
En el proceso, otros nobles habían ganado prestigio a través de su éxito militar. En el año 987, Hugo Capeto controlaba la región occidental de Francia y con su ascenso se inició la dinastía llamada Capel. En la parte oriental, los duques de Franconia, Sajonia, Baviera y Suabia pasaron a tomar la región formando el Reino Germánico. La caída del Imperio Carolingio terminó con el reino de los francos, que fue sustituido por el poder político de los nobles terratenientes.

martes, 11 de junio de 2013

Alta Edad Media

a penetración y fijación de los pueblos germánicos en el territorio del Imperio Romano condujo a la formación de diversos reinos, desde el principio del siglo V. La autoridad imperial en Occidente dejó de existir en el año 476, con la deposición de Rómulo Augústulo. La parte oriental del imperio, centrado en Constantinopla (actual Estambul), se hizo cargo a partir de ahí del legado político de Roma.
Alta Edad Media
Los germánicos, señalados como bárbaros por los romanos, organizaron sus reinos en las antiguas fronteras del imperio y en áreas que habían sido ocupadas por los romanos, como la actual Alemania. Cada uno de esos reinos evolucionó de forma diferente dando lugar a las monarquías europeas medievales. Los ostrogodos se establecieron en Italia, dirigidos por Teodorico, y constituyeron uno de los reinos más importantes de los siglos V y VI. Teodorico,se convirtió al arrianismo y resolvió los conflictos con la población romana-cristiana a través de políticas tolerantes buscando elevar el nivel cultural de su pueblo y acercarse a la jerarquía eclesiástica. Además, en alianza con otros reinos bárbaros para hacer frente a la intervención del Imperio Bizantino, mantuvo la tradición jurídica y administrativa de Roma y alentó el florecimiento de las artes y las letras.
A finales del siglo V, los francos establecieron las bases de lo que más tarde sería uno de los reinos más poderosos de la Europa medieval. Convertido al catolicismo, el rey Clodoveo I consiguió el apoyo de la gente de la antigua Galia con una política de fusión entre los galo-romanos y los francos. Extendidos por toda la Galia, los visigodos se dirigieron a la Península Ibérica en el año 507 y dominaron los otros pueblos bárbaros, con la excepción del pueblo borgoñés, que sería sacudido por sus sucesores. Las únicas áreas de la Galia que no pudieron dominar fueron Septimania y Provenza.
En la península Ibérica, los visigodos eran una monarquía próspera y culta, en la cual se fundieron los trazos germánicos y las tradiciones seculares romanas. La monarquía visigoda se esforzó para conquistar la unidad territorial y formar un Estado. La oposición de la población hispano-romana al arrianismo fue el primer obstáculo a vencer. En el siglo VI la monarquía visigoda llegó a la plenitud con Leovigildo, que estableció la unidad territorial después de vencer los suevos del noreste y los bizantinos del sudeste. Los problemas religiosos fueron resueltos cuando Recaredo reconoció el cristianismo como su religión, en el año 587. La ocupación de los árabes en la Península Ibérica, en el inicio del siglo VIII, fue favorecida por las luchas entre Rodrigo y Aquila. El poder de los visigodos se extinguió en pocos años, y comenzó una nueva etapa en la península y Europa, con la expansión del Islam.
Durante el siglo VI, el reino de los francos merovingios sufrió constantes divisiones sucesivas entre los herederos a la corona. Estas fragmentaciones hereditarias del reino, considerado como propiedad dinástica, fueron la causa de un estancamiento político y cultural. La monarquía se debilitó en luchas internas, lo que permitió el fortalecimiento de los poderes locales y la intervención de los lombardos de Italia. Esa situación se mantuvo hasta el inicio del siglo VII, cuando Dagoberto I impuso la unidad territorial que permitiría el aparecimiento de una fuerte dinastía, la carolingia.
En Italia, los eventos significativos ocurrieron después de la conquista del reino ostrogodo por el emperador bizantino Justiniano I a mediados del siglo VI. El Imperio Bizantino llegó en ese momento a su pico político y cultural, y Justiniano I, ayudado por sus generales Belisario y Narsés, trató de reconquistar la parte occidental del antiguo Imperio Romano y restaurar la unidad del Mediterráneo. Sus sucesores enfrentaron problemas religiosos y bélicos con los eslavos y los persas, que fueron derrotados por el emperador Heraclio en el siglo VII. Los lombardos conquistaron el norte de Italia en pocos años, en el 568, y llevaron a cabo el ataque contra el reino merovingio. Lombardos y bizantinos se repartieron el territorio correspondiente a Italia. A finales del siglo VI, casi toda la región, excepto Roma, Rávena y Sicilia, estaba bajo control de los lombardos.
En Gran Bretaña, la invasión de anglos y los sajones en la mitad del V, obligó a los británicos a buscar refugio en Cornualles, Gales y Escocia. Los anglosajones dividieron el territorio en siete pequeños reinos, que lucharon para establecer su hegemonía en el sur de la isla.
Los reinos surgidos en Occidente dieron una nueva mirada a Europa, donde no desapareció totalmente el legado romano. En muchos casos, principalmente en sitios más romanizados, se mantuvo la orden y el derecho romanos, contribuyendo a las costumbres jurídicas de los pueblos germánicos. La religión, aunada a las características de cada uno de esos pueblos, fue el principal elemento de cohesión de nuevos reinos del oeste europeo y una de las causas de su distanciamiento de los bizantinos, cuyo cristianismo tenía aspectos peculiares.
Cuando desapareció el poder del imperio de Occidente, la Iglesia arrogó supremacía universal. El papa fue reconocido como la máxima autoridad a la que debían someterse todos los poderes. Por lo tanto, la jerarquía de la iglesia en Roma representó el factor de unión de las monarquías occidentales. La conversión gradual de los bárbaros al cristianismo hizo que la iglesia fuera la institución más importante de la Edad Media. La cultura, el arte, la ciencia y las letras eran patrimonio eclesiástico frente a un grueso del pueblo analfabeto y sin acceso al conocimiento, embaucado por lo místico y lo sobrenatural. En los monasterios, los monjes realizaron un cuidadoso trabajo de recopilación de textos clásicos y los escritos teológicos de los Padres de la Iglesia.
La constitución de las monarquías europeas y el poder temporal del Papa favoreció el distanciamiento político y religioso entre Europa y el imperio bizantino. El papado, asediado por los lombardos, había pedido ayuda a Constantinopla, pero los emperadores orientales, ocupados con la discusión de la veneración de imágenes y preocupados por la presión del Islam en sus fronteras, desatendieron a los asuntos de Occidente. Los papas se vieron obligados, por tanto, a recurrir al reino franco, que se consolidó como la principal potencia de la región. Pipino el Breve destronó a los merovingios y fue reconocido como rey por el Papa Esteban II.
Los francos dieron apoyo militar al papado y luego derrotaron a los lombardos. Los territorios que antes estaban bajo el control de los lombardos pasaron al control del Papa, lo que dio lugar a los estados papales. Para justificar la transferencia de estos territorios y la autoridad como el poder temporal del Papa sobre ellos, hizo un llamamiento a la Donación de Constantino (Latín: Donatio Constantini), documento falsificado por el cual el emperador habría transferido al papa Silvestre I y sus sucesores la autoridad sobre ciertos territorios en el Oeste.

Baja Edad Media

Baja Edad Media

Las invasiones y el feudalismo hicieron desaparecer casi totalmente la vida urbana en Europa. Las ciudades que sobrevivieron a la decadencia del Imperio Romano se convirtieron en meras residencias de obispos y señores feudales, poco vinculadas a su zona rural y otras ciudades.
A partir del siglo XI, sin embargo, el proceso de empobrecimiento comenzó a revertirse en los reinos europeos. Muy lentamente, la organización feudal de la sociedad daría lugar a un nuevo orden, en el que el papel económico con un carácter más dinámico pasó a la burguesía urbana.
La apertura de nuevos cultivos, el crecimiento demográfico y el aumento de la productividad agrícola como consecuencia de las técnicas más modernas (uso del arado de vertedera, el yugo para los animales de tracción, los molinos de viento…) provocaron un excedente de mano de obra calificada y la producción agrícola benefició el desarrollo de las ciudades con lacreciente migración.
Surgió en los burgos –o barrios construidos alrededor de viejas murallas– una nueva clase de comerciantes y artesanos que promovió el intercambio entre los núcleos urbanos y el campo, así como la apertura de rutas comerciales entre rutas distantes. La actividad de los artesanos urbanos fue regulada por una institución típica de la época, el gremio, asociación cerrada y jerarquizada de cada oficio, destinada a proteger sus asociados, evitando la competencia entre ellos.
El crecimiento demográfico y económico llevó a la expansión territorial de los reinos cristianos, principalmente en el este de Europa y la Península Ibérica. También se abrió al comercio de grandes horizontes marítimos, como el Báltico y el Mediterráneo, que comenzó a girar por rutas terrestres. En el norte de Europa, las ciudades de los Países Bajos establecieron fuertes lazos comerciales con el Báltico, donde obtuvieron granos, pieles y otras materias primas a cambio de bienes manufacturados. La comunidad de intereses entre esas ciudades dio lugar a la Liga Hanseática. En el Mediterráneo, la industria, el comercio y la actividad financiera florecieron en las ciudades del norte de Italia (Venecia, Génova, Florencia…) así como en Marsella y Barcelona. Características de la temporada fueron las ferias, grandes reuniones anuales de los comerciantes y banqueros que se llevaron a cabo en las principales ciudades.
Los intereses económicos, unido al ideal religioso de los lugares santos conquistados por los musulmanes, permitieron a los estados de Occidente la realización de uno de los mayores emprendimientos de la cristiandad medieval, las Cruzadas, que sirvieron para ampliar los límites del poder europeo, instituir el comercio mediterráneo y aliviar la presión musulmana sobre el imperio bizantino. Al final del siglo XI, el papa Urbano II autorizó la primera cruzada, cuyo resultado fue la conquista de Jerusalén por los cristianos. Durante los siglos XII y XIII se realizaron nuevas cruzadas y se fundaron diversos reinos cristianos en Oriente Medio, pero todos ellos acabaron por caer en poder de los turcos otomanos. Como parte de la expansión territorial de Europa, cabe destacar la colonización germánica en el este del continente y el avance de la Reconquista en España. Todos esos emprendimientos, imbuidos de fuerte espíritu religioso, provocaron la aparición de las órdenes de caballería.
En Alemania, la idea de formar un imperio universal cristiano y la presión demográfica fueron las causas de la Marcha hacia el Este (Drang nach Osten) de los siglos XII y XIII. Los emperadores alemanes protegían a los reyes polacos y ayudaron a convertir al cristianismo a los habitantes de Prusia. De esa manera, en la primera mitad del siglo XIII, la Orden Teutónica comenzó la campaña para evangelizar a los prusianos que tuvo como consecuencia la creación de un Estado alemán en su territorio.
En 1241, los mongoles invadieron el sur de Polonia, pero fueron detenidos por las tropas de Enrique II de Silesia. La destrucción causada por los mongoles obligó a los sucesores de Enrique II a permitir la inmigración de campesinos y artesanos alemanes para reconstruir la economía. La influencia alemana representaba un peligro para la independencia de Polonia hasta el siglo XIV, su unión con Lituania permitió a la dinastía Jaguellón neutralizar a los alemanes y recuperar Gdańsk Pomerania. La Hungría, después de la invasión mongol (1241-1242), fue víctima de la penetración germánica hasta que la dinastía de los Ángeles alcanzó el poder entre 1308 y 1382. Al igual que los mongoles, los turcos representan una amenaza peligrosa para el país, cuyo rey, Luis I el Grande fue derrotado en 1363. Polonia y Hungría formaron una unidad política a partir de 1440, la segunda en 1458, pero recuperó su independencia con Matías Corvino. En España, las monarquías cristianas continuaron su avance en los reinos musulmanes, que culminó en 1492 con la conquista de Granada. En la Edad Media, las coronas de Castilla y Aragón vivieron una época dorada, tanto económica como culturalmente.
En el siglo XII, las monarquías europeas comenzaron a imponer su autoridad sobre los señores feudales, aliándose para ese fin a la burguesía urbana. Los Estados monárquicos adoptaron nuevas instituciones políticas, las cortes o Parlamentos, que aprobaron las leyes e impuestos sobre el reino. En Francia, los Capetos, apoyados por los burgueses, lanzaron las bases del poder monárquico, principalmente durante el reinado de Felipe II de Francia, que practicó una política de centralización y expansión de la corona en los ducados independientes.
En Inglaterra, Enrique I y Enrique II conquistaron amplias prerrogativas a la corona. En el siglo XIII se redactó la Carta Magna, la primera expresión de la base institucional para el que se regula la monarquía inglesa y se somete al poder del Parlamento. En la segunda mitad del siglo XII, el emperador alemán Federico I Barbarroja impuso su poder para el papado en Roma. Sin embargo, al final del siglo, el papa Inocencio III logró afirmar la supremacía de la iglesia espiritual de todos los reinos cristianos. La consolidación del poder se vio favorecido por la reforma promovida por el monacato cisterciense, especialmente por San Bernardo de Claraval.
La vida religiosa se había extendido a las ciudades y municipios a través de las órdenes mendicantes. Los franciscanos predicaron el ideal de pobreza y humildad entre las clases populares, mientras que los dominicanos están ocupados principalmente la enseñanza y el estudio de la teología en las universidades. Estas instituciones educativas, que surgen inicialmente como grupos de profesores y estudiantes independientes de la antigua monástica y las escuelas episcopales, jugaron un papel importante en el desarrollo y la difusión de la cultura. La recuperación de la filosofía aristotélica motivó la aparición de la escolástica, la doctrina filosófica y teológica sistematizada por Santo Tomás de Aquino.
El arte gótico fue la expresión estética de la Edad Media. La invención del arco apuntado y la bóveda de crucería, con el apoyo de arbotantes y contrafuertes, permitió la construcción de catedrales gigantescas y grandes, capaces de acomodar a un número mucho mayor de personas que las viejas iglesias románicas.
Durante el siglo XIV en Europa se desató una profunda crisis económica, social y espiritual. Una sucesión de malas cosechas, a consecuencia del cambio climático, traía el hambre a una población que superó con creces las posibilidades productivas del sistema feudal. Hubo numerosas revueltas campesinas contra los señores, mientras en las ciudades los trabajadores pobres de los gremios se rebelaban contra los ricos comerciantes y los maestros artesanos reunidos en los patriciados que dominaban el gobierno urbano. Las destrucciones provocadas por esas revueltas se juntaron a los daños causados por las guerras promovidas por los señores feudales con el propósito de recuperar el poder perdido. También la Guerra de los Cien Años, entre Francia e Inglaterra, provocó gran devastación y obligó a muchos campesinos a abandonar sus tierras.
El hambre favoreció la propagación de la gran peste que asoló la población en 1348. Las sucesivas olas de la epidemia durante la segunda mitad del siglo, reducido a un tercio de la población europea total. La crisis espiritual se manifiesta en el cisma de Occidente, durante la mayor parte del siglo XIV; la iglesia permaneció dividida entre Aviñón y Roma, y el surgimiento de los movimientos místicos y reformadores que predicaron el rescate de la pureza de la moral cristiana.
Una vez que la crisis ha terminado, el siglo XV surgió como un período de transición a nuevas condiciones sociales, económicas, políticas y culturales. Con el debilitamiento de la sociedad feudal y la estructura de los gremios, la artesanía y el comercio alcanzaron mayor libertad para adoptar fórmulas que, poco a poco, configurarían el modelo de producción capitalista. Las monarquías, específicamente la británica, francesa y española, reforzaron su poder con la creación de ejércitos permanentes y aparatos burocráticos, adquiriendo un carácter autoritario que prenunciaba la aparición del aparato de estado de la Edad Moderna.
La toma de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, marcó el fin del comercio con el Mediterráneo oriental. La burguesía europea se vio obligada a buscar nuevas rutas comerciales hacia el oeste, lo que contribuyó al avance de las técnicas de navegación y permitió a descubrimientos importantes. Al mismo tiempo, el rechazo de la cultura medieval y la búsqueda de las fuentes originales de arte y pensamiento clásico llevarían a la aparición de una nueva forma de ver la vida y las formas estéticas. Del legado medieval y la recuperación de la cultura grecolatina llegó el Renacimiento. El Renacimiento se convirtió en el símbolo de la ciencia y la razón en una floreciente Italia.

Formación del Sacro Imperio Romano Germánico

Recibe el nombre de Sacro Imperio Romano Germánico a la unión de algunos territorios en el centro de Europa durante la Edad Media y Edad Moderna.
Sacro Imperio Romano
En el año 476 d. C. el Imperio Romano atravesó muchas luchas que, en consecuencia, llevó a su caída final. Además, el declive económico por la inflación promovida por los emperadores durante la crisis del siglo III y el desgaste cultural generado por la naturalización de los bárbaros, llevaron a Roma a ser invadida por los hérulos, pueblo germánico con origen en el sur de Escandinavia.
Fue entonces cuando el Estado decidió intervenir mediante la creación de cesaropapismo, el sistema de relaciones en las que se daba la competencia de regular la doctrina, disciplina y organización de la sociedad cristiana. El fin del Imperio Romano terminó con el control de la iglesia por el estado en el Oeste, que se había fortalecido con el tiempo.
En el año 919 d.C, Germania fue invadida por los bárbaros húngaros. Los alemanes pidieron ayuda a los carolingios, pero no tuvieron éxito. En el año 936 d. C., Oton I fue nombrado emperador. Junto con los grandes terratenientes lograron expulsar a los invasores. Su victoria sobre los húngaros trajo un enorme prestigio y, en el año 96 d.C, el papa Juan XII le dio la coronación imperial.
A fin de evitar nuevas invasiones desde el sur, los alemanes se unieron a los italianos desde el norte. Los alemanes invadieron el norte del sur de Alemania y el norte de Italia, formando el Sacro Imperio Romano Germánico. A pesar del nombre, la ciudad de Roma no fue incluida en las ciudades dominadas durante el Imperio.

Visigodos

Los visigodos eran una de las dos ramas que dividían a los godos, un pueblo germánico originario de Europa del Este, siendo el otro los ostrogodos. Ambos eran tribus germánicas que invadieron el Imperio Romano en el período de la migración o invasión.
Visigodos
Después de la caída del Imperio Romano de Occidente, los visigodos tuvieron un papel importante en Europa en los 250 años que siguieron, sobre todo en la Península Ibérica, donde reemplazaron a la dominación romana de Hispania, reinando desde el 418 hasta el 711, cuando la invasión musulmana sustituiría el reino visigodo por Al-Andalus.Los rastros visigodos en España y Portugal incluyen varias iglesias en crecimiento y descubrimientos arqueológicos, así como una gran cantidad nombres y apellidos que han dejado a éstas y otras lenguas romances.
Los visigodos fueron el único pueblo interesado en la fundación de ciudades en Europa occidental tras la caída del Imperio Romano y antes del Imperio Carolingio. El mayor legado de los visigodos fue el Derecho visigótico, con el Liber iudiciorum, código legal que formó la base de la legislación utilizada en la generalidad de la Iberia cristiana durante siglos después de su reinado, hasta el siglo XV, a fines de la Edad Media.

Saqueo del Imperio Romano

Los visigodos surgieron como un pueblo distinguido en el siglo IV, en un principio en los Balcanes, donde participaron en varias guerras con los romanos, y en última instancia, avanzando a través de Italia y el saqueo de Roma, bajo el mando de Alarico I (gótico Allareiks ‘rey de todos’), en el año 410.
Este pueblo conquistó Dacia en el siglo III, la provincia romana situada en el centro-este de Europa. En el siglo cuarto, bajo la amenaza de los hunos, el emperador bizantino Valente concedió refugio al sur del Danubio, pero la arbitrariedad de los funcionarios romanos les llevó a la revuelta.
Penetraron en los Balcanes y en el 378 aplastaron al ejército del emperador Valente cerca de la ciudad de Adrianópolis. Cuatro años más tarde, el emperador Teodosio I el Grande fue capaz de establecerlos en los límites de la península balcánica. Se volvieron federados del imperio, es decir, aliados, y les dio posición destacada en la defensa.
Los visigodos prestaron una ayuda eficaz a Roma hasta el 395, cuando comenzaron a migrar hacia el oeste. En el 401, liderados por Alarico I, los visigodos rompieron sus lazos con los romanos, entraron en Italia e invadieron la llanura Padana, pero fueron repelidos por los romanos. En el 408, atacaron por segunda vez y llegaron a las puertas de Roma, que fue tomada y saqueada en el 410.
En los años siguientes, el rey visigodo Ataúlfo se estableció con su pueblo, en el sur de la Galia (hoy Francia) e Hispania (Península Ibérica) y, en el 418, firmaron con el emperador bizantino Constancio un tratado por el cual se fijaron los visigodos como federados (aliados) en la Galia.
Se formó así el Reino Visigodo de Tolosa (sur de Francia en la actualidad). La monarquía visigoda se consolidó con Teodorico I, que se enfrentaron a los hunos de Atila en la Batalla de los Campos Cataláunicos. En el 475, el rey visigodo Eurico se declaró independiente del Reino visigodo de Tolosa, que incluía la mayor parte de la Galia e Hispania.
Su reinado fue muy beneficioso para el pueblo visigodo: más allá de la política y el trabajo militar, Eurico llevó a cabo una tarea monumental para recopilar las leyes legislativas de los visigodos, por primera vez, plasmadas en el Código de Eurico.
Le sucedería su hijo, Alarico II, carente de las habilidades políticas de su padre. En consecuencia, los visigodos enfrentaron la pérdida de casi todas las áreas de la Galia en el año 507. Sin defensa, los visigodos se vieron obligados a trasladar su reino a Hispania donde floreció el reino visigodo de Toledo.
El reino visigodo en la Península Ibérica quedó durante algún tiempo bajo el dominio de los ostrogodos en Italia, pero pronto recuperó su vieja naturaleza. Hasta obtener el control sobre toda la península Ibérica, los visigodos enfrentaron a suevos, alanos y vándalos (grupos de guerreros germanos que habían ocupado la región desde antes de su llegada).
La unidad del reino vería sus días contados en el 711 con la invasión musulmana desde el norte de África, que reemplazaría el reino visigodo por Al- Andalus.

Imperio bizantino (Resumen)

Después de la caída del último emperador romano de Occidente en el 476, depuesto por los bárbaros germánicos, el Imperio de Occidente dejó de existir. Sin embargo, su homólogo oriental sobreviviría por casi un milenio.
La supervivencia del Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino –nombrado así por Bizancio, el antiguo nombre de la ciudad de Constantinopla –se explica por el mantenimiento del comercio internacional en las manos de los bizantinos y la preservación Constantinopla como uno de los terminales de rutas procedentes de Asia. A pesar de la expansión islámica, responsable de una considerable reducción del territorio dominado, el Imperio Bizantino había logrado mantener su economía. El comercio le propició la renta necesaria para mantener un ejército vivaz y todavía expresivo.
Después de las invasiones bárbaras, el Occidente latino fue parcialmente germanizado, mientras que el Oriente se mantuvo unido a la cultura griega y al orientalismo.
El Imperio Romano de Oriente en tiempos de Justiniano - Siglo VI

El gobierno de Justiniano

El imperio bizantino alcanzó la cima de su esplendor con Justiniano (527-565). Ambicioso, aliado al ámbito mercantil, llevó a cabo la reconquista del antiguo Imperio Romano de Occidente. Para ello, organizó un gran ejército y una poderosa flota.
Las conquistas de Justiniano pretendían preservar la base económica del Imperio de Oriente y restaurar la unidad del Imperio Romano. Las relaciones comerciales entre las ciudades del contorno mediterráneo fueron activadas desde las victorias del general bizantino Belisario, que gobernó Egipto y su gran producción de trigo. El avance militar continuó bajo el liderazgo de la autoridad de Belisario y de otro general competente, Narsés, acabando con el reino vándalo del norte de África y el reino de los ostrogodos en Italia. El límite máximo de ocupación y reconquista bizantina fue el sur de la península Ibérica, tomada por los visigodos.
Pero el mantenimiento de un imperio formidable exigió grandes sacrificios. Por otro lado, las victorias en el Oeste fueron comprometidas por algunas derrotas contra los persas en las fronteras orientales. En consecuencia, después de la muerte de Justiniano, el Imperio Bizantino se vio obligado a abandonar gradualmente las regiones conquistadas, incluyendo la pérdida territorios que eran propios, fuera en Oriente Próximo (para los árabes), como en la península Balcánica (para los eslavos).

El Código de Justiniano

Justiniano se preocupó por la codificación del Derecho Romano. Así nació el Corpus Juris Civilis, preparado por una comisión de juristas designados por Justiniano. En este trabajo jurídico, todo el derecho romano se revisó, se corrigieron las omisiones y las contradicciones fueron eliminadas. El jurista Triboniano dirigió la obra, lo que resultó en la liberación de un cuerpo de leyes, dividido en cuatro partes: Código, Digesto, Instituciones y Novelas. Este trabajo sobrevivió al Imperio Bizantino, sirviendo de base para casi toda la legislación moderna.

La revuelta de Nika

En el reinado de Justiniano ocurrió un levantamiento popular importante, fiel reflejo de la explotación económica y opresión sufrida por las capas sociales inferiores. El pretexto para la insurrección surgió en el Hipódromo de Constantinopla, donde los bizantinos acompañaban con fervoroso interés las disputas entre los equipos de los Verdes y Azules.
La proclamación de una victoria dudosa en una carrera, provocó un motín que rápidamente se convirtió en rebelión. Los insurgentes marcharon contra el palacio imperial gritando «Nike» (trad. Victoria), de ahí el nombre dado a la sedición. El movimiento fue aplastado gracias a la energía de la emperatriz Teodora.

La religión en el Imperio Bizantino

En el Imperio Romano de Oriente, la autoridad temporal –es decir, política –, ejercida por el emperador, era superpuesta a la autoridad espiritual –es decir, religiosa –del patriarca de Constantinopla, que se tradujo en la sumisión de la Iglesia del Estado (cesaropapismo).
El Imperio Bizantino tuvo una vida religiosa vibrante en las disputas doctrinales que con el tiempo llegaron al extremo de la guerra civil. Justiniano defendió la ortodoxia cristiana con firmeza, luchando contra dos tendencias herejes contemporáneas: en Oriente, el arrianismo y, en el este, el monofisismo (este último con el apoyo de la misma emperatriz Teodora, esposa de Justiniano). Ambas herejías negaron la existencia en Cristo de una doble naturaleza – divina y humana.
En el siglo VIII, irrumpió en Constantinopla el movimiento iconoclasta. Su inspiración fue el emperador León III, quien prohibió la adoración de imágenes y ordenó que fueran destruidas. Los partidarios del culto sufrieron una persecución violenta, pero las imágenes terminaron siendo reintroducidas finalmente en las iglesias.
Con el tiempo, se volvió cada vez más difícil para el Papa (obispo de Roma) imponer su autoridad sobre la Iglesia de Oriente. La crisis alcanzó su punto máximo en 1054 cuando el patriarca de Constantinopla, con el apoyo del emperador bizantino, se negó a continuar haciendo lo que la autoridad papal oficial dictaminaba. Esta ruptura, conocida como Cisma, dio lugar a la Iglesia Católica Ortodoxa, cuya doctrina es básicamente idéntica a la Iglesia Católica Romana, aunque hay diferencias en el ritual y la organización eclesiástica.

La crisis del Imperio Bizantino

Los sucesores de Justiniano se mostraron incapaces de mantener su vasto patrimonio. Además de las divisiones religiosas, los conflictos políticos y los golpes de Estado dañaron a toda una civilización. Las conquistas del oeste fueron abandonadas poco a poco. La corrupción administrativa era común y el caos económico liberó fuertes tensiones.
Heraclio (610-641) fue el último gran emperador bizantino. Cuando ascendió al poder, los persas habían invadido Siria, capturado Jerusalén y conquistado Egipto, lo que socava negativamente las rutas comerciales y fuentes de abastecimiento de los bizantinos. Heraclio tomó la ofensiva y retomó las áreas perdidas, empujando al enemigo a la parte posterior del río Eufrates.
Después de Heraclio, el Imperio Bizantino vivió una larga. En el siglo VII la expansión árabe sacudió el Medio Oriente, comprometiendo regiones que van desde Persia hasta el Estrecho de Gibraltar. Palestina, Siria y el norte de África se habían perdido definitivamente. Mientras tanto, las migraciones eslavas causaron agitación en los Balcanes y los búlgaros se establecieron al sur del Danubio.
En los siglos posteriores Constantinopla lucho constantemente por su supervivencia. Búlgaros, árabes, mongoles y turcos selyúcidas atacaron el imperio en crisis, pero su capital aún mantenía una vitalidad económica increíble. En 1204, los caballeros de la Cuarta Cruzada saquearon la ciudad y fundaron un breve Imperio Latino de Oriente. Sin embargo, el Imperio Bizantino logró superar esa vicisitud, aunque cada vez más debilitado.
El final llegó en 1453 cuando los turcos otomanos, bajo las órdenes del sultán Mohamed II, finalmente conquistaron la legendaria ciudad de Bizancio. El último emperador, Constantino XI, murió frente al enemigo.

Conclusión

La supervivencia del Imperio Bizantino durante todo el período medieval mantuvo el bastión cristiano en Oriente, a pesar de los ataques de los persas, los eslavos y musulmanes durante un prolongado tiempo.
La actividad de los barcos y los comerciantes bizantinos garantizó para Constantinopla un esplendor envidiable, con un fabuloso tesoro artístico dotado de templos, pinturas, esculturas y mosaicos. Fue también el Imperio Bizantino responsable de la preservación del acervo cultural grecorromano. Así, el Imperio Romano de Oriente formó el gran puente entre la Antigüedad y la Edad Moderna.

domingo, 9 de junio de 2013

Las invasiones bárbaras

fechas historia de Roma

Occidente asediado

La división del Imperio en dos mitades, a la muerte de Teodosio, no puso fin a los problemas, sobre todo en la parte occidental. Burgundios, Alanos, Suevos y Vándalos campaban a sus anchas por el Imperio y llegaron hasta Hispania y el Norte de África.
Los dominios occidentales de Roma quedaron reducidos a Italia y una estrecha franja al sur de la Galia. Los sucesores de Honorio fueron monarcas títeres, niños manejados a su antojo por los fuertes generales bárbaros, los únicos capaces de controlar a las tropas, formadas ya mayoritariamente por extranjeros.
El año 402, los godos invadieron Italia, y obligaron a los emperadores a trasladarse aRávena, rodeada de pantanos y más segura que Roma y Milán. Mientras el emperador permanecía, impotente, recluido en esta ciudad portuaria del norte, contemplando cómo su imperio se desmoronaba, los godos saqueaban y quemaban las ciudades de Italia a su antojo.

El saqueo de Roma

En el 410 las tropas de Alarico asaltaron Roma. Durante tres días terribles los bárbaros saquearon la ciudad, profanaron sus iglesias, asaltaron sus edificios y robaron sus tesoros.
La noticia, que alcanzó pronto todos los rincones del Imperio, sumió a la población en la tristeza y el pánico. Con el asalto a la antigua capital se perdía también cualquier esperanza de resucitar el Imperio, que ahora se revelaba abocado inevitablemente a su destrucción.
Los cristianos, que habían llegado a identificarse con el Imperio que tanto los había perseguido en el pasado, vieron en su caída una señal cierta del fin del mundo, y muchos comenzaron a vender sus posesiones y abandonar sus tareas.
San Agustín, obispo de Hipona, obligado a salir al paso de estos sombríos presagios, escribió entonces La Ciudad de Dios para explicar a los cristianos que, aunque la caída de Roma era sin duda un suceso desgraciado, sólo significaba la pérdida de la Ciudad de los Hombres. La Ciudad de Dios, identificada con su Iglesia, sobreviviría para mostrar, también a los bárbaros, las enseñanzas de Cristo.

Fin del Imperio Romano de Occidente

Finalmente, el año 475 llegó al trono Rómulo Augústulo. Su pomposo nombre hacía referencia a Rómulo, el fundador de Roma, y a Augusto, el fundador del Imperio. Y sin embargo, nada había en el joven emperador que recordara a estos grandes hombres. Rómulo Augústulo fue un personaje insignificante, que aparece mencionado en todos los libros de Historia gracias al dudoso honor de ser el último emperador del Imperio Romano de Occidente. En efecto, sólo un año después de su acceso al trono fue depuesto por el general bárbaro Odoacro, que declaró vacante el trono de los antiguos césares.
Así, casi sin hacer ruido, cayó el Imperio Romano de Occidente, devorado por los bárbaros. El de Oriente sobreviviría durante mil años más, hasta que los turcos, el año 1453, derrocaron al último emperador bizantino. Con él terminaba el bimilenario dominio de los descendientes de Rómulo.

La Caída del Imperio Romano

El Imperio Romano dominó el mundo occidental durante siglos, llevando progreso, cultura y bienestar económico y social a los pueblos bárbaros de Europa, sirviendo de puente entre las culturas de Oriente y Occidente. El Imperio Romano ha creado nuestra civilización occidental y cientos de años después de su desaparición seguimos siendo sus hijos, culturalmente hablando. Este poderoso imperio cayó tras sufrir la invasión de hordas de pueblos germánicos del norte de Europa, los cuales conquistaron las provincias del Imperio y finalmente la propia Roma. Pero esta invasión solo era el punto final de un largo periodo de decadencia, las verdaderas causas de la caída del Imperio Romano fueron más complejas que las invasiones bárbaras. En este artículo expondré las verdaderas causas de la desaparición del Imperio Romano de Occidente y por qué hasta nuestros días se han ocultado.

El Imperio Romano llevó la luz al mundo occidental, nunca antes el ser humano había vivido épocas tan prósperas económica, social y culturalmente y, tras su caída, se tardaría siglos en volver a tener un progreso semejante. Las causas de su caída no son solo de carácter militar, sino de carácter económico, social y, sobre todo, religioso. Los invasores bárbaros se encontraron con un Imperio roto por dentro, con una población hastiada, que en muchas ocasiones se ponía del lado de los invasores, facilitándoles la conquista.
Pero antes de detallar las causas de la caída del Imperio Romano hay que aclarar varios errores históricos sobre el tema: La históricamente denominada “Caída del Imperio Romano” se refiere únicamente a la pérdida de su parte occidental en el año 476 dC, pero ese no fue el fin del Imperio Romano, pues el Imperio Romano Oriental (denominado Imperio Bizantino) perduró hasta la caida de Constantinopla(Bizancio) a manos del Imperio Turco en 1453.
Los historiadores occidentales, desde un punto de vista eurocentrista, han considerado erróneamente que la caída de Roma era la caída del Imperio Romano, pero eso es mentira, ya que su parte oriental perduró hasta el fin de la Edad Media.
Además de eso, los historiadores eurocentristas inventaron el nombre de “Imperio Bizantino” para referirse al Imperio Romano de Oriente, quitándole su legitimidad por motivos políticos y dando el título de Sacro Imperio Romano al reino de Carlomagno y sus herederos. Resumiendo, podemos decir que el Imperio Romano como tal, finaliza en 1543 tras la toma de Constantinopla por parte de los turcos. En el año 476 sólo finalizó el Imperio Romano de Occidente y es esta la caída que a continuación desarrollaré.
El Imperio Romano fue fundado por el “imperator” Octavio “Augusto”, sobrino y sucesor del dictador romano Julio Cesar, que tras derrotar a su rival Marco Antonio en la batalla de Actio, en el 30 aC, se alzó finalmente con el poder absoluto en el 27 aC. Octavio se convertiría en dictador de Roma y su imperio, haciendo realidad el sueño de Julio Cesar, el imperator tendría un poder absoluto, pero siempre bajo la ficción de servir a Roma y sus instituciones.
Octavio creó un prospero imperio a partir de la corrupta república romana, reformando la administración de las provincias, impulsando la economía y el comercio. Finalmente, tras derrotar a los guerreros Cantabros, Octavio cerrará las puertas del templo de Jano e instaurará la “Pax Romana”, una época de paz y prosperidad económica que durará 200 años. Todo el mundo occidental estaría unido por una moneda, un idioma y una cultura, siendo una de las épocas más benignas de la historia mundial (jamás volvió a existir un periodo de paz y prosperidad tan largo).
Pero este imperio culto, pacifico y tolerante con todos los cultos religiosos entraría en crisis y se desmoronaría finalmente por varios motivos de orden político, religioso, social y económico. La primera herida mortal para el imperio fue la denominada “crisis del siglo III dC”, una crisis económica, social y política, generada por la fuerte inflación, las constantes guerras civiles entre generales por coronarse emperadores y la llegada de los primeros bárbaros.
La “Pax Romana” había generado una reducción de ingresos en el Imperio, ya que no se emprendieron guerras de conquistas y los soldados enemigos no podían pasar a enriquecer el próspero negocio de esclavos. En el siglo III se notó esta falta de ingresos de conquista y la disminución de los esclavos, piezas claves para una economía esclavista como era la economía romana. A todo esto se unió un descenso en la producción minera de metales preciosos, ya que muchas minas se agotaron.
Esta reducción de ingresos no fue advertida a tiempo por los emperadores de la dinastía de los Severos, los cuales despilfarraban enormes cantidades de dinero. Cuando se dieron cuenta de que sus ingresos se reducían, se les ocurrió la idea de emitir moneda con menor cantidad de metal precioso, lo que les permitiría emitir más moneda con la misma cantidad de metal. Pero esta estupidez generó una terrible crisis monetaria, la moneda se devaluó enormemente y con ella se devaluaron los ingresos del imperio por concepto de impuestos.
El estado, para poder resistir la tremenda inflación que creó, tuvo que empezar a cobrar los impuestos en grano. La crisis económica afectó a todo el Imperio, ya que estaba ocasionada por un problema monetario, y todas las provincias del Imperio tenían la misma moneda. Esta crisis generó que numerosos campesinos se arruinaran y emigraran a las ciudades en busca de trabajo, generando superpoblación en muchas de ellas, lo que a su vez generó epidemias por la falta de higiene y un considerable aumento de los asesinatos y robos. Por otro lado los caminos se fueron volviendo peligrosos por la conversión de numerosos campesinos pobres en bandoleros que asaltaban las caravanas comerciales.
A la crisis económica se unió la crisis política, ya que el eficiente emperador Alejandro Severo fue asesinado en Maguncia en el 235 dC. Sus propias tropas se amotinaron y le dieron muerte, al ver que el emperador daba valiosos tesoros a los germanos en busca de paz, mientras ellos se morían de hambre defendiendo a su patria. Este asesinato generó una terrible anarquía militar, los generales del Imperio se mataban entre ellos como perros rabiosos en busca de ser coronados emperadores.
Entre los años 238 y 285 dC pasaron por el trono imperial 19 generales. Estos generales no duraban mucho en él debido a las constantes rivalidades y a que no contaban con el apoyo del senado romano, el senado era quien controlaba el dinero y por ende el poder político, solo con su apoyo se podía gobernar Roma.
El caos militar generó que las fronteras del imperio quedaran abiertas, ya que las tropas abandonaban sus guarniciones para participar en las constantes guerras civiles. La ausencia de tropas provocó que los primeros pueblos bárbaros invadieran pacíficamente varias provincias, asentándose en ellas a vivir.La situación se agravó más con la escisión de varias provincias, que se declararon independientes, como la Galia y el reino de Palmira.
La crisis del Imperio fue aprovechada por sus enemigos del Imperio Sasánida en Oriente y de los Sármatas en la frontera del río Danubio, que atacaron el Imperio Romano.
El Imperio Romano estaba herido de muerte, pero milagrosamente no murió en el siglo III, gracias a la llegada al poder del emperador Diocleciano en el año 284 dC. Diocleciano se dio cuenta de que por si solo no podría resolver los graves problemas del Imperio, por ello repartió el poder con el general Maximiano, a quien nombró “augusto”, encargándole la administración de las provincias occidentales de Italia, Hispania y África. A su vez los dos “augustos”, Diocleciano y Maximiano, nombraron “cesares” a los generales Galerio y Constancio Cloro, formando así una tetrarquia (gobierno de cuatro) con la que regir eficazmente el vasto Imperio.
Cada uno de los tetrarcas se encargó de gobernar una zona del Imperio, resolviendo los problemas de ella. Galerio, encargado de la zona oriental, expulsó del Danubio a los invasores godos y sármatas y en el 298 arrasó a los persas sasánidas.
Diocleciano por su parte pacificó Egipto, una zona vital para el Imperio, ya que de ahí venía casi todo el grano que usaba (Egipto era apodado “el granero de Roma”). Constancio se encargó de recuperar Britania y de contener las invasiones en la frontera del río Rhin. Por último Maximiano pacificó el norte de África, asegurando la frontera sur del Imperio.
Estos éxitos militares fueron complementados con una reforma total del ejército; Diocleciano creó a los “Limitanei”, ejércitos de frontera que se asentarían permanentemente en ellas para tenerlas siempre defendidas, y a los “Comitatenses”, un ejército móvil, formado con tropas de elite, bien armadas y equipadas, que acudirían rápidamente a enfrentarse con cualquier invasor que rebasara a los Limitanei.
Para paliar la crisis económica, Diocleciano se dedicó al titánico esfuerzo de resolver la crisis monetaria, estableciendo el oro como patrón monetario en vez de la devaluada plata. Además de esto, Diocleciano prohibió a los campesinos abandonar sus tierras, con lo cual ellos y sus descendientes quedarían fijados al terreno permanentemente. Por último el emperador creó un edicto mediante el cual el estado fijaría los precios de todas las mercancías, ya fueran en su estado de materias primas o manufacturadas. En definitiva, Diocleciano creó un estado absoluto y totalitario como remedio para la terrible anarquía que asolaba el Imperio.
Tras su muerte se desatarían nuevas guerras civiles por controlar el trono romano. Finalmente, el general Constantino se alzó con el poder en el 312. Constantino fortaleció la parte oriental del imperio, sobre todo la ciudad que lleva su nombre, Constantinopla. Este impulso de Constantino a la zona oriental permitirá que, tras la caída de Roma, la parte oriental pueda sobrevivir, convirtiéndose Constantinopla en la nueva capital del Imperio Romano.
La crisis política generada por las continuas guerras civiles había desgastado al Imperio para siempre, los emperadores carecían del carisma de sus antepasados y en vez de ganarse el cariño del pueblo como hacían sus antepasados lo sometían cruelmente. El emperador había pasado de ser el primer ciudadano a convertirse en un ser divinizado, un tirano con poder absoluto, al que sus súbditos ya no podían mirar a la cara.
El 9 de agosto del año 378 el emperador Valente murió masacrado junto a 40.000 de sus 60.000 legionarios a manos de los invasores visigodos en la batalla de Adrianópolis. Esta batalla fue decisiva pues en ella se puso de manifiesto que la infantería romana era claramente inferior a la caballería goda. Esto supuso el fin del predominio del ejército romano.
A partir de entonces Roma debería contratar tribus bárbaras para defenderse. Pero los bárbaros, a cambio de defender el Imperio, exigirían ser instalados en las mejores tierras de las provincias romanas. El emperador Teodosio no vio otra forma de supervivencia y otorgó a estos bárbaros el status de “federados del Imperio” y, tras “cristianizarlos”, los instaló en varias zonas de Italia y Galia. Estos enormes continentes humanos que se asentaron en el Imperio no chocaron culturalmente con la población autóctona de las zonas donde se asentaron sino todo lo contrario.
La población campesina, empobrecida, atada a la tierra y sometida a continuos abusos por parte de los cobradores de impuestos, vio en estos nuevos pobladores bárbaros una esperanza de liberación, pues los bárbaros no aceptaban la disciplina romana y vivían en sociedades de hombres libres.
Ante el acoso de los problemas internos y externos y viendo el principio del fin, Teodosio separó el Imperio en dos partes en 395, el Imperio de Occidente y el Imperio de Oriente, con la secreta esperanza que por lo menos una de las dos mitades sobreviviera el caos que se acercaba. Además de eso, Teodosio nombró a su amigo el general visigodo Estilicón “protector” de su hijo Honorio, emperador de Occidente, con la esperanza de que Estilicón detuviera las invasiones bárbaras. Pero otro caudillo godo, Alarico, no aceptó el servilismo de Estilicón y se rebeló contra el gobierno romano, estallando una guerra civil entre godos en la que los impotentes romanos fueron simples espectadores. La guerra civil permitió que el 31 de diciembre del año 406 los vándalos, suevos y alanos cruzaran imparablemente las abandonadas fronteras del Imperio. Al año siguiente la situación se hizo tan desesperada que las tropas romanas evacuaron Britania para evitar quedar aisladas del resto del Imperio. En el año 410 Alarico saqueó salvajemente Roma durante tres días, siendo la primera vez en 800 años que una tropa extranjera tomaba la ciudad eterna.
Ese saqueo fue el último golpe para el moribundo Imperio. Los visigodos, que aprovechando el caos habían tomado Galia e Hispania, formando un reino independiente de Roma, tomaron África en el año 431. Para agravar la anárquica situación, las hordas de hunos de Atila salieron de las estepas rusas e invadieron Europa Occidental. Solo la intervención de Aecio, el último gran general romano, les detuvo. Aecio se alió con Teodorico, el rey de sus antiguos enemigos visigodos y derrotó a Atila en la batalla de Chalons en el 451. La prematura muerte de Atila impidió que éste realizara una segunda campaña contra Roma.
Finalmente el Imperio había quedado desgajado a manos de quien debían defenderlo, los propios romanos habían metido al enemigo en casa, ante su propia incapacidad para defenderse. Los visigodos se apropiaron de Galia e Hispania, los vándalos arrebataron África a los visigodos y se asentaron en ella, los burgundios se asentaron en Alemania junto a tribus de sajones. Italia se encontraba “protegida” por el caudillo ostrogodo Odoacro, el cual depuso a Rómulo Augústulo, el último emperador romano, en el año 476. Odoacro envió las insignias imperiales a Constantinopla, acto protocolario mediante el cual se ponía fin oficialmente al Imperio de Occidente, un cadáver muerto en el siglo III, pero que gracias a la energía de sus gobernantes se mantuvo en pie dos siglos más.
El Imperio que sobrevivió a la crisis del siglo III era un imperio feudal, la crisis económica generó que se volviera a la economía de “Trueque”, o intercambio de bienes. Los impuestos se cobraban en grano, la industria se hundió, las ciudades se despoblaron y el campo se organizó en “villas”, lugares donde un señor mantenía un ejército privado para defenderse y defender a los campesinos de la zona.
A cambio de la defensa los campesinos trabajarían gratis las tierras del señor. Esta nueva cultura rural y feudal generó que Roma se despoblara, llegando a tener solo 300.000 habitantes del millón que tenía en sus tiempos de gloria. La crisis política generaba crisis económica y viceversa. El enorme e ineficaz ejército romano gastaba casi todo el presupuesto del estado, desapareciendo la inversión en obras publicas, con lo cual ni siquiera los caminos podían ser reparados. El continuo estado de guerra destruyó a su vez el comercio y las comunicaciones, quedando muchas provincias aisladas del poder central.
El estado romano se volvió un monstruo burocrático y tirano que gastaba en el protocolo imperial montones de oro que eran necesarios para afrontar los graves problemas del Imperio. Los campesinos eran los que más sufrían la tiranía del estado y en la mayoría de las ocasiones acogieron con agrado la llegada de los invasores bárbaros, viéndoles mas como libertadores que como invasores. A veces los mismos campesinos se rebelaban contra las injusticias del emperador.
Los invasores bárbaros no fueron los causantes de la caída de Roma, ya que nunca podrían haber acabado con un Imperio estable, organizado y dinámico. El Imperio Romano se suicidó con sus crisis internas, los bárbaros solo aprovecharon la ocasión para apoderarse de unas tierras llenas de riqueza.
Para finalizar, hay que recordar que, además de las causas citadas, la rica cultura y sociedad romana fue destruida por un enemigo inesperado que actuó desde dentro, un lobo con piel de cordero: el cristianismo. El Imperio de Occidente no solo cayó por la crisis política, militar y económica, sino que el cristianismo, con su intolerancia, generó una terrible crisis social, cultural y espiritual que agravó los demás problemas.
La Crisis del siglo III generó un gran auge del cristianismo, que hasta entonces era una secta minoritaria. Los cristianos ofrecían esperanza en unos tiempos donde la peste, la guerra y los crímenes se cebaban con la sociedad civil. Los emperadores no aceptaban que la secta cristiana pusiera en duda su poder político y acusaron a los cristianos de provocar la ira de los Dioses (la peste era considerada castigo divino) y propagar la peste con sus ritos funerarios (en parte era verdad, ya que no incineraban a sus muertos apestados).
La persecución a los cristianos fue iniciada por el emperador Decio en el siglo III e incrementada por el gran emperador Diocleciano, que vio en los cristianos a sus peores enemigos, ya que destruían la autoridad imperial y generaban revueltas en el seno del ejercito, ya que el cristianismo tenía gran número de seguidores en las filas del ejército. El emperador Constantino se convertirá al cristianismo debido a la ayuda que le prestaron los cristianos en su lucha por el trono. Constantino acabara con la persecución y permitirá que el cristianismo sea igual al resto de religiones imperiales. El gran emperador Juliano, intentó salvar el Imperio, reduciendo la burocracia y llevando al ejército a la victoria, además renegó del cristianismo e intentó devolver a Roma sus costumbres y tradiciones, pero sus generales cristianos no toleraron su conducta y le asesinaron.
Finalmente el emperador Teodosio promulgará el Edicto de Tesalónica en el año 380, un edicto mediante el cual el cristianismo se convertirá en la religión oficial del estado. Esta acción será en gran medida artífice de la destrucción del Imperio Romano, ya que solo los habitantes de las grandes ciudades eran cristianos, los habitantes de las zonas rurales eran partidarios de sus antiguos cultos y rechazaron la implantación forzosa del cristianismo. Los cristianos no se conformaron con ser religión oficial y los obispos obligaron al emperador a promulgar el Edicto de Milán en el año 392, edicto mediante el cual se prohibían los antiguos cultos y se ordena la destrucción de los templos. Al convertirse en religión obligatoria el cristianismo desgajó a la sociedad, fracturando la cultura y tradición romana. Los obispos socavaron el poder del emperador, convirtiéndose en poderosas piezas de la política imperial. Los obispos provenían de la nobleza romana, tenían enormes propiedades, cientos de sirvientes e incluso ejércitos privados y disfrutaban reprimiendo cruelmente a los seguidores de los antiguos cultos que habitaban en las áreas rurales, a quienes llamaban paganos (pagano significa “habitante del campo”).
El cristianismo comenzó en esta época sangrientas persecuciones religiosas que culminaron con el asesinato de cientos de seguidores de las antiguas culturas. A su vez los científicos y filósofos fueron perseguidos a muerte por todo el
Imperio. Ya antes de los edictos de Teodosio, las hordas de fanáticos cristianos destruyeron la biblioteca de Antioquia, quemando los preciados libros en enormes hogueras, y mataron salvajemente a todos los filósofos de la ciudad. En Alejandría fueron quemados la “Biblioteca de Alejandría” y el gran templo de Serapis. Por todas partes los templos fueron arrasados, convertidos en establos e incluso en burdeles. Incluso los juegos Olímpicos fueron prohibidos.
Finalmente casi todos los templos y estatuas fueron destruidos, pocos escaparon a la furia cristiana. Millones de libros científicos y filosóficos fueron quemados. Miles de filósofos, científicos, astrólogos y campesinos murieron salvajemente. Así pues, cientos de miles de ciudadanos del Imperio preferían la llegada de las tribus germanas para escapar de la barbarie desatada por los locos y fanáticos obispos cristianos. Pocos querían defender un Imperio en el que el emperador se había convertido en un tirano, en el que la lenta y costosa burocracia mataba de hambre a los campesinos, en el que los obispos tenían poder absoluto sobre la vida y la muerte, llevando la oscuridad a la luz cultural del Imperio.
El Imperio Romano que sucumbió a las invasiones de germanos era un imperio feudal, preso de sus propios errores y debilidades, con una población que odiaba a sus gobernantes y con emperadores imbuidos en sus falsos sueños de poder absoluto, riquezas inmensas, despilfarro e inmoralidad. Un Imperio que habría hecho revolverse en sus tumbas al gran Julio Cesar y al primer emperador, Octavio Augusto.
Felizmente, el Imperio de Oriente conservó en gran medida la cultura y disciplina romana, y por ello sobrevivió. El Imperio Romano de Occidente se convirtió en un monstruo a raíz de la crisis del siglo III, la verdadera causa de su caída fue que acabó devorándose a sí mismo, acabando con lo más importante del Imperio: la esperanza y los sueños de la gente que lo habita.